Por Christian Di Guardia

El Viaje de Jazmín
El Viaje de Jazmín

Hace varios años, cuando comencé a escribir los primeros borradores de El viaje de Jazmín, me encontraba especialmente interesado por entender la disociación que opera en todos nosotros y nos permite seguir viviendo, aún sabiendo que algún día dejaremos de existir. Tenía muy presente la famosa frase de John Lennon, “La vida es aquello que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes”.

Varios años después, a punto de estrenar la segunda temporada, veo que la obra cambió mucho gracias al aporte gigante del director, de los actores y de todos los que participaron de algún modo en este proceso. Sin embargo, las preguntas esenciales que me movilizaron a escribirla, siguen ahí, intactas:

¿Cómo evitamos paralizarnos ante lo inexorable de nuestra existencia finita? ¿De qué recursos simbólicos nos valemos para poder vivir sin pensar en la muerte? ¿El sexo? ¿Los proyectos? ¿El amor? ¿Dichos recursos son correlatos de las instancias psíquicas de la teoría psicoanalítica: El Yo, el Ello y el Superyo?

En la obra, estos recursos son explorados, exponiéndolos en forma de personajes que interactúan, se relacionan y entran en conflicto, escenificando la tensión entre los mismos.

Si bien los temas de El Viaje de Jazmín, son los llamados “temas trascendentes”, la obra y la puesta resultan en una experiencia dinámica, divertida y por momentos ligera.

La mayor parte transcurre en la mente de la protagonista, donde los diferentes recursos se funden en forma de condensación onírica con personas reales y cercanas a la dueña de la mente. Es entonces que, por ejemplo, el mejor amigo de la protagonista, es a su vez quien representa el Superyo, el “deber ser”. Dicho personaje, en su versión onírica, cuida y ostenta un frasco con partículas que coleccionó durante toda su vida, haciendo referencia a la acumulación como recurso de escape ante la idea de la muerte.

Durante la obra, además de la tensión entre dichos recursos, se pueden descubrir similitudes y correlatos con las personas reales. Este doble juego entre ficción y realidad, se va presentando en pequeños segmentos, que terminan de unirse en el último cuadro.

Se dice que lo “siniestro” es aquello que es, a su vez, conocido y extraño. Buscamos, precisamente ese tono en los cuadros oníricos con aquellos personajes que son a su vez conocidos y extraños.

Además de la protagonista, Jazmín y de los 3 recursos simbólicos, existe un quinto personaje, presente en todas las escenas, llamado La Mirta (como juego de palabras con La Muerte). Dicho personaje, nunca aparece en forma física, como metáfora del ciclo de la vida, en donde la propia muerte no existe mientras exista la propia vida.

La puesta en escena creada por Daniel H. Fernández, busca complementar estos conceptos. En todas las escenas oníricas, los personajes ingresan por la izquierda y salen por la derecha. No existe ninguna escena que lo contradiga. Esta dinámica, busca proponerle al espectador la idea de un viaje, que comienza en un punto y termina en otro. La construcción occidental nos lleva a pensar en una lectura lineal, acompañando el paso del tiempo con el desplazamiento físico. Esta disposición de izquierda a derecha, se complementa con escenas de La Realidad, que se insertan durante el relato, pese a que cronológicamente ocurrieron antes.

La propuesta de Fernández fue que cuando se presentaran las escenas oníricas, el espacio se muestrara fragmentado en 2 mitades de color blanco separadas con telas translúcidas. En contraposición, el espacio de La Realidad, se presenta colorido, sin divisiones y con una entrada central. Esta disposición, requirió de un ingenioso mecanismo de poleas diseñado por el talentoso Claudio Provenzano, Miguel Coronel y del mismo Daniel H. Fernandez, que permiten alternar entre un espacio y el otro.

Desde lo sonoro, Miguel Coronel realizó un aporte invaluable que termina de completar el cuadro. Durante las escenas oníricas, se busca reforzar el carácter siniestro de las situaciones con sonidos por momento disonantes, por momento planos, con cortes disruptivos y abruptos. En las escenas de La Realidad, la música es fuerte, rítmica, repetitiva. La música y las luces nos ubican en la terraza de una fiesta.

La obra tuvo la inmensa suerte de contar además con cuatro talentosos actores formados en la Universidad Popular de Belgrano, que combinan, a su vez, la experiencia de muchos años sobre el escenario y la energía y frescura de su juventud.

La obra, que comenzó siendo una inquietud particular, terminó conformándose como una creación colectiva, provocadora, original y disruptiva en muchos aspectos.

*El Viaje de Jazmín
Auditorio UPeBe (Campos Salles 2145)
Sábados  22.30 HS.

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Fuente: Infobae

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