El rock es terreno fértil para las peleas y las enemistades. Para que viejas lealtades se disuelvan en un coro de agravios públicos e irreparables. Los egos gigantes corroen la amistad, la camaradería, el espíritu creativo y hasta la posibilidad de hacer buenos negocios. De todas las confrontaciones, la de Pink Floyd parece la más virulenta y duradera.
El guitarrista Tom Morello, gran admirador del grupo, dijo: “Pink Floyd no sólo amplió los límites de la música occidental, sino que también los demolió y creó un nuevo género, que es Pink Floyd”. Son muchos los músicos de rock de generaciones posteriores que comparten esta opinión.
La del grupo es una historia de creación, batallas cruentas, ambición olímpica, locura (mucha locura), grandes discos y shows memorables. Sería injusto reducir su historia al inventario de las confrontaciones entre sus miembros. Pero, para comprender su trayectoria, es necesario conocerlas.
Roger Waters, bajista y voz líder hasta The Final Cut, decidió irse del grupo en 1985. En esa fecha oficializó su alejamiento a través de cartas a las compañías discográficas del grupo en Estados e Inglaterra y, naturalmente, de un comunicado de prensa. Los compañeros se sorprendieron. Luego de un largo parate se estaban reagrupando para volver a grabar y salir de gira. Waters les ganó de mano. David Gilmour no se quedó quieto. Puso en marcha la maquinaria Pink Floyd de nuevo.
Waters no podía dar crédito. Creyó que la banda no podría seguir sin él. Era algo que no se le pasaba por la cabeza. Pink Floyd era él. Y si él no estaba más, nadie podría volver a usar el nombre. Los otros no podrían hacer nada sin él. Creyó que estaban acabados. Gilmour y Nick Mason no pensaron lo mismo. Volvieron a llamar a Richard Wright, tecladista histórico del grupo, despedido por Waters luego de The Wall e ingresaron al estudio para grabar A Momentary Lapse of Reason (un solapado mensaje a Waters ya desde el título) y se dispusieron a salir de gira.
La furia de Waters tomó una dimensión épica. Trató de impedir que sus ex compañeros siguieran trabajando. Sus planes se alteraban. Lo que él había pensado era que todos debían arreglarse con carreras solistas. Pero Gilmour y Mason no lo creyeron así. “Si alguno de nosotros merece llamarse Pink Floyd, ese, sin dudas, soy yo”, dijo mientras sus ex compañeros se preparaban para volver a tocar ya sin él.
Waters despreciaba a sus compañeros. Para él lo que valía la pena, lo que inclinaba la balanza eran la composición y las ideas. Sostenía que cantar y tocar bien un instrumento eran cosas que podía hacer cualquiera. Pensaba que todo el éxito de la banda en los últimos 15 años debían contabilizárselo a su talento.
El músico llevó la cuestión ante los tribunales. El argumento esgrimido fue que la fuerza creativa del grupo era suya. Los otros dijeron que el grupo permanecía en funcionamiento sólo que uno de sus integrantes había decidido abandonarlo y lo había comunicado públicamente.
Mientras tanto, Pink Floyd salió de gira. Por aquellos días no sólo tocaban todos los clásicos sino que también enarbolaban el chancho inflable gigante, marca registrada del grupo. Lo de marca registrada es sólo una metáfora. Porque Waters, luego de ubicarlo en la tapa del disco de 1977 Animals, tuvo la precaución de registrarlo a su nombre. El chancho era suyo. Así que los Pink Floyd quisieron modificar el diseño, más para molestar a Waters que para enriquecer su show en vivo.
Pero, como es evidente, los chanchos ya están diseñados por la naturaleza y se hace difícil innovar en su forma. Entonces, para que la instalación que desplegaban en las presentaciones en vivo pareciera diferente, en la nueva versión sin el bajista histórico del grupo, le agregaron testículos. Con ese aditamento, los fans de la banda descubrieron que lo que estaba en la tapa de Animals era una chancha. A Waters no le causó gracia (nada le causa demasiada gracia aún hoy, no se distingue por su humor): “Así que le pusieron bolas a mi cerdo. Que se vayan a cagar”.
Los ex compañeros y ahora enemigos llegaron a un acuerdo. Hubo división de bienes. El chancho y los temas de The Wall para Waters, y el nombre del grupo para los otros.
Haber arreglado estas cuestiones no calmó los ánimos. Nada que no suceda en ningún divorcio previsible pero furibundo. A través de los medios de comunicación los músicos se cruzaban dardos verbales. Waters menospreciaba a sus ex compañeros. Decía que Mason no sabía tocar, que no podía mantener el ritmo. Y que Gilmour carecía de todo talento y que no tenía ninguna idea propia. “Con David no tengo nada en común. Nada. Ni filosófica, ni musical, ni política, ni emocionalmente”. De Wright no dijo nada porque ya lo había echado hacía unos años.
Gilmour le respondió sin mayores sutilezas: “Roger es un pobre imbécil”.
Una historia de prestigio, popularidad y psicodelia
Luego de pasar por diversas formaciones y de tener nombres diferentes, el grupo se consolidó en la segunda mitad de los ’70 como The Pink Floyd. Rápidamente dejó atrás el The. Lo integraban Roger Waters en bajo, Nick Mason en batería, Richard Wright en teclados y Syd Barrett en voz líder y guitarra. Barrett lideró la banda en sus primeros trabajos cuando se erigió como referente de la psicodelia. Pero Barrett fue perdiendo conexión con la realidad. El consumo de ácido y problemas mentales lo convirtieron en alguien impredecible e improductivo. Su mente se fue desintegrando. Sus compañeros acudieron a un amigo de él para que lo reemplazara en los shows. Así entró David Gilmour. La esperanza de que Syd siguiera componiendo y participara en las sesiones de estudio se diluyó con velocidad.
El prestigio y la popularidad del grupo fue creciendo. Dejaron atrás la psicodelia y se sumergieron en el rock progresivo. El éxito les llegó con The Dark Side of the Moon (el lado oscuro de la luna). El álbum batió récords de permanencia en los rankings. Los shows se agotaban en cada presentación. El siguiente trabajo, homenaje a Syd, fue I Wish You Were Here. Otro suceso. La inspiración temática fue dada por Waters. No sólo se trató de recordar al amigo extraviado sino la de retratar el nivel de peleas, hastío y desunión que dominaba a Pink Floyd en ese tiempo. En medio de las sesiones de ese LP, un hombre extraño apareció en el estudio. Gordo y totalmente rapado. La mirada extraviada inquietaba más sin el marco de las cejas que tampoco estaban. Cuando Mason preguntó de quién se trataba y alguien les dijo que era Syd Barrett, los otros no pudieron creerlo. El diamante loco ya no brillaba. No reconocieron a su viejo amigo a escasos tres metros de distancia. El dolor hizo llorar a Waters y Gilmour, pero siguieron con su tarea. Syd Barrett siguió recluido hasta su muerte en 2006.
Con el correr de los años y las grabaciones, la influencia Waters en las composiciones y en el manejo interno del grupo fue creciendo. Luego de Animals y los recitales en grandes estadios, dijeron que estaban cansados de esos espectáculos gigantescos y fuera de escala humana. Waters propuso al grupo encarar dos obras conceptuales. The Wall o The Pros And Cons of Hitch Hiking. Eligieron el primer proyecto (el otro se convertiría en el primer disco solista de Waters).
Las canciones seguían la impronta del líder creativo. Exuberancia, grandeza, grandilocuencia, megalomanía. Una ambición desmesurada.
El disco doble tuvo un gran éxito que se multiplicó con el estreno de la película de Alan Parker protagonizada por Bob Geldof tres años después.
El siguiente disco fue The Final Cut, alegato antibelicista inspirado en la Guerra de Malvinas y en la muerte del padre de Roger en la Batalla de Anzio en la Segunda Guerra Mundial. Richard Wright ya había sido despedido y a Mason y Gilmour el material no les gustaba. Muchas de las canciones eran descartes de proyectos anteriores. Oficiaron casi de músicos de sesión. Waters amenazó con sacarlo solo, sin el nombre de Pink Floyd. Luego de este álbum hubo un silencio, discos solistas de cada miembro y la separación definitiva de Waters.
Ni Waters ni Gilmour dejaron de expresar su malestar con el otro nunca. Ni de hacerse mutuo daño. Hace poco le preguntaron al guitarrista por la cuestión. Se negó a responder porque no podía seguir hablando de cosas que habían pasado hacía más de 35 años. En eso tiene razón. Aunque los grandes discos de la banda fueron los que tuvieron a Waters, Pink Floyd, a esta altura, estuvo más años sin el bajista que con él.
“Es una picadora monstruosa que nos mastica y que nos escupe de vuelta”, escribió Waters sobre la fama. Pero también podría estar refiriéndose al ego. Ese ego descontrolado que atentó durante décadas contra su creación.
Los otros miembros, los actuales Pink Floyd, lo acusan de dictador, ególatra y arrogante. Razón no les falta. También es cierto que los discos del grupo ya no fueron lo que eran desde su salida. Pero tampoco los discos solistas de Waters alcanzaron esas cimas.
Por un momento parecía que Waters, contra todas las apuestas y para herir su orgullo sobredimensionado, perdería la partida. Los discos de Pink Floyd sin él se vendían y las giras recaudaban millones a lo largo del mundo. Pink Floyd, su leyenda, era superior al más talentoso de sus integrantes. Tanto era así que había resistido, en distintos momentos, la pérdida de dos músicos del calibre de Barrett y Waters. Luego con las giras mundiales de The Wall, Waters emparejó la cuenta en la contienda entre estos pesos pesados.
Lo que parecía imposible lo consiguió Bob Geldof en 2005. Roger Waters se unió a Pink Floyd para tocar en el Live 8. Luego fue Gilmour el que lo convenció para otra presentación benéfica para los niños palestinos en 2010. La tercera y última presentación pública se dio en Londres en 02 Arena, cuando Gilmour y Mason aparecieron en una de las fastuosas presentaciones de The Wall de Waters tocando Confortably Numb. Y eso fue todo.
Nadie sabe por qué empezó la pelea. Es como en la novela Los duelistas de Joseph Conrad. Ya no importa el motivo sino el feroz encono. Es como si nunca se hubieran llevado bien, como si nunca hubieran podido pasar más de cinco minutos juntos. Los dos contendientes, Gilmour y Waters, están convencidos de que el otro intentó demoler el trabajo de una vida. La lucha fue por la supervivencia y por el legado. La pelea lleva varias décadas de confrontación pública. Ácida e inclemente. Se han dicho las peores cosas. Diferencias irreconciliables.
Quizás quien mejor resuma la cuestión sea el baterista del grupo, el más sereno, el que pretendió mediar infructuosamente. Nick Mason opina desde la autoridad moral que le confiere ser el único miembro que estuvo en todos los discos de la banda. Y también por su carácter de espíritu conciliador, de ser quien más hizo por interceder entre esos odios y egos descomunales. “Seguir peleando a esta altura de nuestras vidas es realmente estúpido”, dijo hace un par de años.
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