El presidente Mauricio Macri (Gustavo Gavotti)
El presidente Mauricio Macri (Gustavo Gavotti)

Otra mala idea del Gobierno y de su conducción económica la de restringir el acceso al mercado de cambios atacando por el lado de la demanda. Los cupos de compra nunca funcionan, mucho menos en este contexto para la relación de cambios dólar-peso que se encuentra en el eje central de su desarrollo alcista. Mis estimaciones son que el movimiento se dirige en horas, o en muy pocos días, inicialmente hacia la zona de 71,40-72,57 pesos por dólar en camino del nivel de 89,95 pesos, todo muy rápido y llevándose puesto al ministro Lacunza y al banquero central Sandleris, que nada podrán hacer para evitar la aceleración propia de este mini-ciclo de mercado que se encuentra técnicamente gobernado por las expansiones iniciadas en 41,37 pesos el 11 de julio de 2019 y en 34,99 pesos registrados el 31 de octubre de 2018.

Sin embargo, los objetivos principales para este año, con irrelevancia de las medidas que adopte el gobierno de Macri, de sus intervenciones entregando los dólares que pidieron prestado destinados a pagar deuda y malversados con subastas o ventas directas, y declaren lo que declaren al estilo Sigaut (1981), Pugliese (1989) o en estos dos años personajes como Caputo, Sandleris, Dujovne, Lacunza o Pichetto, se encuentran primeramente en la zona de 150,59-152,41 pesos por dólar, aunque auguro veamos con más probabilidad el acceso a los 211,11 pesos por dólar en este mismo 2019. Secundariamente, la relación dólar-peso podría elevarse inclusive hasta los 334,83 pesos a principios de 2020. Desde luego que si en su afán intervencionista, manipulador del mercado y falsificador de los datos de la realidad el Gobierno quisiera declarar que solo el dólar oficial es el que cuenta, ello carecería de todo valor económico y proyectivo de los precios. A partir de ahora el dólar que se debe seguir es el dólar que será reputado como “negro” por el orden “legal” cambiario argentino.

El actual crash económico-financiero se inició en los topes del mercado de noviembre de 2017. Mi cálculo es que recién se lograrán los mínimos en octubre de 2021. Este proceso 2017-2021 es la reanudación de la primera fase de la caída argentina desarrollada entre 1997 y 2002. Esta caída fue simplemente corregida al alza entre 2002 y 2017, como segunda fase, que abarcó parte del gobierno duhaldista, todo el ciclo kirchnerista y la mitad del gobierno de Macri. Por lo tanto, la bajada iniciada a fines de 2017, que terminaría avanzado el año 2021, es la tercera sección de una corrección argentina mayor de largo plazo. A partir de 2022 las cosas deberían mejorar iniciando un ciclo positivo para el país no menor a los 55 años de duración, a pesar de la tremenda negatividad, depresión y escepticismo que se verá dentro de dos años.

La crisis que lleva 22 meses desplegándose se inicia como toda corrección capitalista con una deflación de precios en los activos bursátiles, inmobiliarios y en el valor de mercado de las deudas emitidas por el Estado, por las provincias, por los municipios y por las empresas privadas. Podría en este sentido haberse tratado de una corrección normal, pero no fue así porque el gobierno de Macri se dedicó a colocar alocadamente cuanta deuda pudiera en los mercados locales e internacionales haciéndole creer al mundo que semejante política de apalancamiento podía ser sustentable. Al cabo de dos años las finanzas públicas argentinas se quedaron pedaleando en el aire. Como era previsible, no pudieron renovar los vencimientos de deuda que ellos mismos emitieron y recurrieron al FMI en otro grave error adicional de Macri y sus ministros. La alianza Macri-FMI avanzó hacia una catástrofe mayor, se reventaron los préstamos en sostenimiento cambiario artificial en lugar de imputarse -como era la idea original- al pago de las deudas que vencían. Todo ello sumado al delirio económico que fue, desde Sturzenegger en adelante, el tomar desde el BCRA dinero del público y de la banca remunerado a tasas de interés positivas en dólares como medio para parar la inflación, pese a que existían dos experiencias horribles que terminaron de lo peor haciendo lo mismo: Martínez de Hoz-Diz (1979-1981) y Sourrouille-Machinea (1987-1989).

El Gobierno no interpretó que su problema era la deuda y que estaba cayendo por la deuda impagable acumulada. Se obsesionó con el precio del dólar y con el índice de inflación, creyendo que eran dos fenómenos autónomos y que se debían atacar en sus efectos, sin poder ver que la causa era la presión de la deuda, que generaba toda la desconfianza lógica del mundo y la huida de los activos argentinos. Tanto fue así que, junto con un FMI más desatinado que nunca, se concentraron en un aspecto que no era un gran problema o que no era el mayor problema: el gasto primario no financiero del Estado. El Gobierno pretendió ajustar en esa área cuando representaba gasto mucho más peligroso el derivado del sector financiero del Estado con la deuda de la tesorería más la deuda cuasifiscal del BCRA. Se le mintió al mercado, al pueblo, a todo el mundo. Mostraban que bajaban 1.000 millones de pesos anuales en la administración central, por ejemplo, cuando solo de intereses por la deuda se pagan 5.000 o 6.000 millones de pesos pero por cada día del calendario.

La deflación de activos, sumada a la desconfianza por una deuda impagable, derivó como es natural en corrida bancaria en dólares. El Gobierno declaró default de sus obligaciones en toda moneda. No importa que le hayan llamado reperfilamiento: es un default puro y duro. Torpeza increíble, decidieron defaultear obligaciones en pesos también, algo incomprensible ya que podían perfectamente recurrir a asistencia del BCRA a la tesorería de ser necesario. Lo que generaron entonces fue no ya solo corrida en dólares, sino corrida bancaria en pesos con una brutal aceleración en la velocidad de circulación del dinero, que es el alma de la inflación y de la hiperinflación en preparación. Este domingo la terminaron de embarrar con la restricción a la compra de dólares, medida infantil, ineficiente, que solo generará más desesperación y más corrida. Tenían la solución al alcance de la mano, retirarse del mercado de cambios y no vender más, mandando a oferentes y demandantes a transarse entre sí como sucede en cualquier mercado de cambios del mundo, pero eligieron otra vez el peor camino Sandleris y Lacunza.

Deflación de activos, default de deuda, corrida bancaria en ambas monedas, el Gobierno parece carecer de toda conciencia acerca de cómo llegó a esta situación y acerca de las medidas agravantes que semana a semana dispone. Así las cosas, el próximo paso es la hiperinflación de magnitud superior a la de 1989-1990 y ya muy difícil de eludir. Los precios hace tiempo que crecen más rápido que la creación primaria de dinero. En pocos días se declarará públicamente, funcionarios y analistas, que existe iliquidez en el mercado y que se debe emitir para convalidar los precios subidos. Los precios volverán a subir y se emitirá nuevamente, y así sucesivamente hasta que la híper, como toda híper, se agote sobre sí misma y muera el dinero. Porque, debe recordarse que una vez lanzado este fenómeno es imparable y no se soluciona con ajuste fiscal, el cual resulta irrelevante por su poca importancia en el medio de la aceleración y de la voladura de los precios. Lo único bueno de todo esto es que, una vez que finalice la total deflación de los activos, se hiperinflacione hasta que no tenga más sentido usar pesos y se acepte mundialmente el default argentino con enorme quita de capital, la Argentina podrá reiniciar un ciclo de crecimiento de gran importancia, con sus números ajustados, con sus finanzas saneadas y con una nueva moneda que parta de cero o preferentemente sin moneda nacional. Se aclara por último que no hay ninguna posibilidad técnica de dolarización sin antes transitar una gran hiperinflación licuadora de la moneda y sin que el default sea aceptado o al menos concientizado como hecho inevitable.

El autor es analista técnico de mercados financieros

Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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