Juan José Pizzuti murió a los 92 años
Juan José Pizzuti murió a los 92 años

La gloria no acaricia hasta el final; a veces se aloja en el corazón de los misericordiosos para sumarse al aplauso final de una triste despedida.

Bajo el cielo de Avellaneda y sobre una pantalla generosamente visible aparece la imagen de Juan José Pizzuti, el inequívoco paradigma del inigualable éxtasis racinguista.

Fue el momento en que respetuosamente el público le dio mayor sonido a sus aplausos y el Cilindro ofreció la tibia emoción que subraya la muerte.

— “Los jugadores se van ubicando en semi círculo, cada equipo en su campo de juego y los árbitros en el medio, parece que habrá un minuto de silencio, ¿se sabe por qué? ¿se sabe por quién?”, preguntó el cotizado relator desde la cabina.

— Sí –le respondió uno de sus compañeros desde el campo de juego– Será por Pizzuti, una gloria de Racing y del fútbol argentino quien falleció ayer a los 92 años, concluyó apurado la frase.

El minuto de silencio también lo fue para el famoso relator y su ilustre comentarista quienes no agregaron una sola palabra surgida desde el sentimiento, el conocimiento o la consulta que enriqueciera el tributo in memorian de semejante símbolo.

Pizzuti no fue ni una frase ni una evocación. Tampoco una mención emergente buscada de urgencia en Wikipedia. El enorme ídolo que alcanzara dos veces el título máximo con Racing (1958 y 1961); el titular de la Selección que obtuviera la Copa América (1959), el entrenador que ganara el torneo de la AFA en 1966, la Copa Libertadores y la primera Copa Intercontinental (1967), el de los 39 partidos invicto, el líder de un equipo que garantizaba espectáculo y triunfos, el hombre de conducta intachable que solo fue noticia en las paginas deportivas durante los 50 años de su pública actuación, el jugador del Banfield subcampeón del 50’ que también actuó en River (1951) y en Boca (1962), equipo con el cual también salió campeón… había quedado reducido al ruidoso silencio de la ignorancia.

Que pena tan grande que un narrador pueda leer un texto para vender cerveza y no logre escribir un breve texto, el suyo, para contar quién fue el hombre homenajeado.

El video que le hizo Racing a Pizzuti para despedirlo (Infobae)

No parecía posible que la desidia, perezosa y fatal, se perdiera de describir algunas breves cosas sobre Tito, el de Barracas o Juan José Pizzuti, el director técnico que inauguró la gratitud de su tribuna hasta inmortalizar: “Y ya lo ve/ y ya lo ve/ es el equipo de José…”. Después vinieron todas las liturgias tribuneras que reconocieron a los Toto (Lorenzo), a los Flaco (Menotti), a los Angelito (Labruna), a los Pato (Pastoriza), a los Narigón (Bilardo), a los Bambino (Veira), a los Timoteo (Griguol), a los Carlitos (Bianchi), a los Loco (Bielsa)… Pero después, el primer entrenador coreado por un salmo de su tribuna, la de Racing, fue él.

Este hombre humilde de austeras costumbres tenía un sentido claro sobre cómo ejercer el liderazgo. Jamás se le escuchó levantar la voz, recriminar a alguno de sus jugadores, quejarse de algún árbitro o declarar públicamente en contra de alguien. Y puesto que fue soltero hasta pisar los 50, no se privaba de abrevar en los clásicos lugares que por los 60-70′ ofrecía la nocturnidad porteña. No se trataba de cenáculos como aquel donde Jesús celebró con los apóstoles su última cena; por el contrario, eran elegantes boliches donde se podía tomar alguna copa de legítimo scotch “polenta”, bailar, charlar y divertirse.

Entre la media docena de calificados lugares que solían elegir los jugadores más famosos de aquella época se destacaba uno que se llamaba “8 y ½” y quedaba en la calle Lima muy cerca de la Av. de Mayo. Sus dueños eran Roberto Marcos Saporiti – hoy en la UAI Urquiza, un enorme ex jugador que había paseado su talento por varios clubes del mundo antes de ser tan ilustre director técnico – y Buby Digiovanni, fundador del Balneario 12 de Punta Mogotes.

En ese lugar solían encontrarse los lunes por la noche –único día libre de la semana– Pizzuti con varios de sus jugadores sin que mediara entre ellos seña, saludo o diálogo alguno cual extraños o desconocidos. Era probable que compartieran la mesa Coco Basile, el Panadero Díaz, Roberto Perfumo, Federico Sacchi –el ídolo del Coco transferido de Racing a Boca en 1965– y otros grandes amigos de diferentes equipos. Sin embargo, ningún jugador de la Academia cambiaría una mínima palabra con su director técnico, a la sazón un parroquiano más.

Luego de tan manifiesta trasnochada y desde el lugar de la ciudad que fuere, los jugadores solían irse a dormir a la casa de Tita Mattiussi en el propio estadio pues a las 8 de la mañana del martes comenzaría el entrenamiento de la semana. Al mismo tiempo Pizzuti, generalmente con el primer rayo del día, recalaba en su propio vestuario para reposar un “ratito” en la camilla de masajes.

Luego que el preparador físico Rufino Ojeda diera por comenzado el entrenamiento, Basile, el Pana y Roberto iban delante de todos sus compañeros en la fila que giraba alrededor del campo de juego imprimiendo un ritmo que excedía el calentamiento. Muchas veces se los podía escuchar a Rulli, a Maschio o J.J. Rodríguez –tres excelsos veteranos– gritarles: “Eh, eh, tranquilos pibes que nosotros anoche cenamos y dormimos en casa con la patrona y los chicos…”.

Todos sabían que haber compartido el espacio de la diversión con el técnico les generaba un compromiso mayor pues había que entrenar duro, jugar bien y ganar siempre.

Su manera de conducir al grupo no se traducía ni en la severidad vociferada –aunque cobraba multas a sus jugadores por faltas de disciplina–, ni a través del discurso quejoso. Todos quienes fueron sus dirigidos lo valoraban como referente cuando prolongaban en la dirección técnica su vínculo con el fútbol. Y de hecho no se perdían la oportunidad de consultarlo.

Una noche, hace ya tiempo, fue a cenar a La Raya cuando estaba en Ocampo y Las Heras invitado por Coco Basile y el Panadero Díaz. Metido en su eterno blazer azul con botones dorados encima de sus impecables camisa y corbata, llevaba un maletín con asa y hebillas metálicas. Después de los 39 partidos invicto, de la vuelta olímpica por el torneo de la AFA, de la Copa Libertadores, de la hazaña frente al Celtic tras el gol del Chango Cardenas, de la multitud emocionada en Ezeiza, del estadio repleto para festejar, de la avenida Mitre atestada de felicidad, de ser la tapa de todos los diarios y revistas, de saturar con su noble imagen la pantalla de la televisión… Después de todo eso y cerca de los 80 años, Pizzuti vendía seguros para poder vivir dignamente.

Fue esa noche cuando después de cenar Coco Basile, quien había ganado todo dirigiendo a Boca más las ultimas dos Copa América con la Selección y ya casi a punto de ser abuelo por primera vez, se animó a preguntarle:

Perdóneme Tito, ¿a usted no le molestaría que prenda un faso, no?

— Pizzuti lo miró y con ese tono bajito con el que hablaba casi susurrando, le respondió: “Usted sabe Coco que no tiene que fumar, pero bueno, por esta vez…”

Rápidamente el entrañable Panadero Díaz se anotó: “Maestro, si él puede yo también… –Y encendió aliviado su cigarrillo pues era la primera vez en 42 años de relación que estos discípulos, hombres por entonces cercanos a los 65 años, fumaron delante de Pizzuti. Otros ex jugadores –todos directores técnicos– que compartían la mesa como Chiche Sosa, Mostaza Merlo, el Bambino Veira, el Sapo Saporiti quedaron eximidos pues no fuman.

La evocación de aquella cena trae más anécdotas.

— ¿Se acuerda Tito cuando nos c… a p…. en ese entretiempo, ¿contra quién jugábamos?, se preguntó Basile.

— Fue en nuestra cancha contra Ferro, se anticipó Pizzuti.

– ¿Y qué pasó…?

— Ah sí, me acuerdo –disparó el Pana. Y agregó: “Íbamos ganando 2 a 0 y nos fuimos para el vestuario. Nunca lo ví así a José. Nos mató como si fuéramos perdiendo”.

— Ustedes saben por qué –les recordó Pizzuti a esos dos monstruos de su equipo. Y concluyó: “Habían dejado de atacar, Maschio hizo dos goles y empezaron a tocar para los costados… Les había dicho mil veces que mi equipo ataca siempre, gane o pierda ataca, de local o de visitante ataca, lo hace con los delanteros, con los volantes o con los defensores, pero eso de cuidar el resultado o pasarla para atrás no va…”.

— Y entonces, ¿cómo terminaron José?, le preguntó Claudio Codina, el dueño de La Raya.

— Ganamos 4 a 1, los otros dos los hicieron Martinoli y Rulli y el de ellos (FCO) lo hizo el Chamaco Rodriguez.

— Y se acuerda José –pregunté con la respuesta sabida– ¿qué técnico dijo que sus equipos iban al ataque por que usted era soltero…?

Por cierto que toda la mesa recordó al unísono que tan genial definición la realizó el uruguayo Washington Pulpa Echamendi, un exquisito personaje de las dos orillas que aquí dirigió a Los Andes y a Unión de Santa Fe, equipo que bajo su conducción logró su primer ascenso a la Primera en 1966. Fue al año siguiente que un colega santafesino le preguntó con cierto dejo de reproche:

Pulpa, ¿por qué los equipos argentinos incluyendo el suyo (Unión) no van al ataque como lo hace el Racing de José…?

Y Echamendi respondió encogiéndose de hombros: “Pizzuti va al ataque porque es soltero…”

Esta definición luego fue copiada por el Toto Lorenzo, abanderado del fútbol tacticista afiliado al itálico “catenaccio”.

Mientras surgen estos recuerdos de hace una semana, un niño acongojado con la camiseta de Racing camina lento hacia un sector del campo de juego. Es el nieto mayor de Tito Pizzuti quien al regresar al lugar de la partida con un cuadro del abuelo llora abrazado a sus padres y hermanos.

El homenaje de Racing a Pizzuti en la previa del partido contra Atlético Tucumán (Foto Baires)
El homenaje de Racing a Pizzuti en la previa del partido contra Atlético Tucumán (Foto Baires) (@nicolasaboaf/)

Al velorio llevado a cabo durante 20 horas en el Recinto de Honor del estadio asistieron personas de memoria agradecida. A los familiares, dado el apuro, solo se les ofreció el agua embotellada que consumen los jugadores. El presidente Víctor Blanco y el secretario general Christian Devia fueron los representantes de la Comisión Directiva que pudieron llegar.

Mientras en la pantalla aparecía Juan José Pizzuti mostrando la grandeza de un sabio humilde y austero, en el banco de Racing debutaba Sebastián Beccacece, un hombre sin historia, que hasta hace algunas semanas había dirigido de manera frustrante a Independiente.

La historia quedó reducida a un par de palabras sin sentido.

El banco que ocupó Pizzuti hoy lo ocupa Beccacece, su contrafigura.

En el instante final de la despedida, la gloria dejó de acariciar y quedó reducida a la nada. Fue entonces cuando apareció Discepolín:

¡Que falta de respeto!

¡Que atropello a la razón!

Cualquiera es un señor,

Cualquiera es un….

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Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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