“No tenía un interés particular en la cuestión de género, pero se me fue imponiendo. Sí tenía la experiencia de bailar tango a mitad de los ‘90, a los 17 años, en pleno momento de la revitalización de los centros culturales porteños. Después, a través de entrevistas que le fui haciendo a mujeres milongueras, empezaron a surgir las relaciones de género. Quizá sea una deformación profesional de la cuestión académica, que te lleva a prestar atención a los elementos sensibles: el género se reiteraba. En eso conozco el tango queer en un bar y me digo, ¿¿¿qué???”
Es Mercedes Liska, etnomusicóloga, investigadora del Conicet, docente universitaria y autora de Entre géneros y sexualidad: tango, baile, cultura popular (Milena Caserola), un libro donde da a entender que el menemismo robusteció al 2×4 y que el denominado “tango queer” es antecedente ineludible del actual movimiento feminista.
-¿”Queer” quiere decir gay?
-Quiere decir raro, rarito. Es un habla lunfarda del inglés. Lo queer es una corriente del feminismo y esa noción, curiosamente, no se acuñó en nuestro país sino en Alemania, por medio de un grupo de lesbianas que bailaban el tango en Hamburgo.
También investigadora del Conicet y docente universitaria, Mercedes admite que probó bailar con hombres en varias milongas, “pero me costaba mucho el estilo corporal del que te pasa por encima con tal de poder hacer la figura”. Foto: Alfredo Martínez
-Decís en tu libro que el movimiento de mujeres es deudor del “tango queer”.
-Del 2015 para acá fue un antes y un después. 2015 es #Ni una menos, el feminismo ocupando las calles. Lo del tango queer sirvió para meterse con prácticas muy teñidas de machismo, como fue la de proponer una transformación cultural a través del baile del tango. Eso era algo realmente nuevo para determinado momento. En los ‘60, la forma de intervenir en el discurso era a través de la palabra, por ejemplo, la canción de protesta. En esos años, el cuerpo era debilidad y lo que importaba era la idea, la palabra. Hacia el interior del tango, los músicos siempre consideraban que quienes bailaban no escuchaban la música y que eran gente limitada.
-¿Cómo es bailar el tango sin un hombre?
-En la milonga queer se aprenden los dos roles. En mi investigación, yo me centro en lo femenino. Para mí es una experiencia de transformación, porque te das cuenta de cuál es el tipo de relación que, siendo heterosexual, una mantiene con mujeres: no existe vínculo físico.
-Sos heterosexual.
-Soy heterosexual… ponele, sí.
-¿Y no extrañás el roce con el hombre?
-No, yo te diría que me desacostumbré bastante a bailar tango con varones heterosexuales. En su momento probé en otras milongas con hombres, pero me costaba mucho el estilo corporal del que te pasa por encima con tal de poder hacer la figura. El varón va, va y va…
-Desaparecer al hombre del tango: ¿qué habremos hecho para merecer esto…?
-No desaparece el varón, sólo hablamos de ampliar las posibilidades. Desde final de la década del ‘80, y existen estudios sociológicos que trabajaron eso, cuando se aprueba la Ley de Divorcio en el país, la mujer sale a la pista. Para mí ese es un punto significativo. Estamos hablando de un momento post Dictadura y de una nueva nocturnidad de Buenos Aires. En las milongas, la proporción era de siete mujeres y tres hombres. Semejante contraste se repetía en uno y otro lugar y los turistas que venían de Europa se fueron sumando a las milongas, aportando lo suyo con otro estilo de masculinidad, uno menos convencional. Recuerdo un alemán muy joven que rechazaba las milongas tradicionales porque no le gustaba la virilidad y la fuerza de ese tango. Esa clase de gente también se fue metiendo en la milonga queer, una movida que fue llenándose de varones y varones gays que bailaban el tango.
-Vos mencionás reiteradas veces a “La Marshall” como si fuera una suerte de Parakultural del tango gay. No hace tanto “La Marshall” cerró. ¿Eso qué significaría?
-Fue una movida muy tildada de extranjerizante. La Marshall comenzó siendo una experiencia de mujeres que querían bailar con personas del mismo sexo. La generadora era Mariana Docampo, que estudiaba la carrera de Letras. Ella aprendió a bailar el tango y un poco cansada de los ritos milongueros imaginó un ámbito que no existía hasta ese momento. Así comenzó a organizar talleres para un grupo de personas cercanas que años después se dio a conocer como tango queer. En los últimos años, las posibilidades de las parejas de varones o de mujeres bailando entre sí en cualquier milonga obligó a reformular la necesidad de tener un tango queer. Además, menos turistas, la crisis, etc…
“Los progres empiezan a reivindicar el tango a partir de películas de Pino Solanas como “El exilio de Gardel” o “Sur”, dice Liska. Foto: Alfredo Martínez
-Al menemismo le adjudicás una función central en la revitalización del tango…
-En los ‘90, estaba Menem y volvía el peronismo, pero en la Ciudad los radicales desarrollaron los centros culturales barriales que resultaron muy exitosos y fueron piezas clave para el proceso de revitalización del tango. Por otra parte, los progres empiezan a reivindicar el género a partir de películas de Pino Solanas como El exilio de Gardel o Sur.
-¿El tango se imponía naturalmente o era una cuestión de agenda política?
-Estaba asociado a la cuestión del Patrimonio y los bienes intangibles a nivel mundial. Aparecía como contraefecto a los procesos de globalización.
-El tango como búsqueda de singularidad.
-Exactamente. Esto ocurría en todos los países y todas las músicas de Latinoamérica. Después, claro, se volvió marca turística y el baile del tango entre mujeres terminó siendo una producción de Playboy donde el homoerotismo concluyó siendo objeto de consumo heterosexual: dos mujeres bailando tango como fantasía hétero. Manifestaciones por el estilo contribuyeron a ampliar un mercado erótico que invisibilizó la experiencia queer… Después de todo, nada nuevo: el mercado vive al acecho. Ahora mismo con las mujeres músicas pasará lo mismo: una reivindica una lucha que cree justa y después aparece Sony y dice, “armemos bandas con chicas”.
“En las milongas de los primeros ‘2000 ponías un tango electrónico, se pudría todo y querían colgar al DJ”. Foto: Alfredo Martinez.
-¿El tango electrónico qué contribución social habrá hecho?
-Yo no hago juicios de valor estético. Lo abordo en el libro porque se han ensañado mucho con el tango electrónico.
-¿El Negro Lavié y quién más…?
-Mirá, en las milongas de los primeros años 2000 ponías un tango electrónico, se pudría todo y querían colgar al DJ. Se generó mucha bronca por la difusión que tuvo. En Clarín, de hecho, el tango electrónico era todo. Y era gracioso, pero en las cortinas de los programas de televisión, el tango electrónico había desplazado a Piazzolla, que también, a su turno, había sido denostado.
-¿Dejo de existir el tango electrónico?
-La música siempre tiene algo relacionado con lo efímero. Hay modas que son intensas y pasan, pero lo importante del tango electrónico es que recogió un problema recurrente vinculado a lo que sucede cuando se asocian las nuevas tecnologías con las prácticas tradicionales. No sé si el tango electrónico murió, pero debe haber sido la música asociada al baile de tango más innovadora de los últimos 20 años. Por lo menos lo fue en términos del éxito comercial y, claramente, así lo recogieron la cultura popular de masas y los medios de comunicación. Quizá su destino no fuera pervivir eternamente. El tango electrónico tuvo la misión de poner en discusión los límites y tensó, como pocos, la cuerda de la innovación.
-En “El rey de la milonga”, Fontanarrosa, a través de un personaje, daba a entender que el feminismo iba a matar a las parejas de tango…
-Yo creo que está la duda.
WD