Nació en Cartagena pero escribe, toma mate y fue madre dos veces en la Argentina. Margarita García Robayo (1980) vive hace casi quince años en Buenos Aires. En pareja con el cineasta Mariano Cohn, es madre de dos hijos pequeños, y su nombre retumba en la literatura del continente pero también al otro lado del Atlántico, en español y en francés, italiano, turco, hebreo, chino e inglés, esto último a partir de la traducción que Charco Press hizo para el volumen Fish Soup, integrado por su novela Hasta que pase un huracán, por los cuentos reunidos en el premiado Cosas peores y también por Educación sexual, un texto que hasta ese momento estaba inédito en formato libro.

Este último ensayo –Educación sexual– es ahora uno de los diez textos que conforman Primera persona (Marea), un nuevo libro que reúne crónicas escritas en los últimos años y en las que a la manera de un cirujano -la imagen es suya-, con la distancia necesaria para mantener claridad sobre el objeto a intervenir, la autora colombiana desliza el bisturí en rincones contradictorios como los vínculos y los secretos familiares barridos bajo la alfombra, las ilusiones de la educación sentimental, las ambivalencias entusiastas de la vida de a dos y la inquietante experiencia de la maternidad.

“He llegado a la conclusión de que soy una mujer bastante convencional, pero incómoda con el hecho de serlo. Es como si mi cabeza aspirara a convicciones que mi cuerpo juzga impracticables.”

“Cada vez que mi suelo tiembla me pregunto si, como las mujeres de mi familia, no estaré entregando demasiado; si no estaré reproduciendo esa misma estructura que aborrezco”.

“El otro día se me ocurrió que mi debilidad no es ser mujer, sino ignorar qué clase de mujer soy.”

Con una prosa elegante y una voz y un tono singulares que conjugan reflexión, cinismo, angustia y la pregunta constante por la identidad y la pertenencia, los textos de Primera persona abrevan en las mismas aguas que su autora viene braceando hace tiempo, en el arco que va entre sus novelas Lo que aprendí a Tiempo muerto, de la familia de origen a la familia elegida; con una narradora que juega todo el tiempo a salir y a esconderse del nombre y la imagen de su autora.

¿Todo lo que cuenta ocurrió? ¿Es su vida la que relata? ¿Es todo realidad? ¿Es ficción? De estas dudas vinculadas a la autoficción, de la necesidad de contar aunque duela y aunque le duela a otros;  de la sombra tutelar y resistida de García Márquez y de la tensión que provoca pasar todo el tiempo por el feminómetro para mostrar credenciales de mujer a tono con su tiempo, Margarita García Robayo habló días atrás en los estudios de Infobae.

— Acaba de salir Primera persona, un libro que reúne tus crónicas de los últimos años. No sé si son todas.
— No, es una selección.

— ¿Y es una selección hecha en base a qué? ¿A la presencia del yo?
— Es que en general son las crónicas que he escrito, es como mi registro más habitual. Son crónicas que en general han sido escritas por pedido, por encargo de publicaciones en las que yo llevo años escribiendo, sobre todo una revista de Brasil que se llama Piaui: ellos me piden algo determinado y yo lo desarrollo en un ensayo. Yo le llamo más ensayos que crónicas porque tienen como esa cosa medio testimonial, autoficción, no sé, hay muchos rubros para denominarlas. Y en general me piden eso, entonces…

— ¿Te lo piden en función de algunos números monográficos? O sea, ¿hacen un número sobre un tema, como ocurrió por ejemplo con el libro de la revista Anfibia sobre el amor?
— Exacto. Sí, en general sucede así. Si ya me leyeron saben qué tipo de cosas esperar de mí, entonces me piden algo un poco más específico. Pero empezaron siendo encargos para revistas temáticas, ésta de Brasil, otras de universidades, otras de Estados Unidos; lo que pasaba con estos textos es que no habían circulado mucho en castellano, salvo algunos. Entonces, en realidad se le ocurrió a una editora de Colombia de una editorial en la que yo suelo publicar que se llama Laguna, chiquita, muy linda, que los había estado leyendo y me dijo “y por qué no hacemos un libro con esto”. Le digo: pero tenemos mucho, no sabría ni por dónde empezar a hacer una selección. A ella tampoco se le ocurrió pero ahí ya como que me sembró la semilla y empecé a ver, a buscar algo que los cohesionara. Viste que es muy difícil porque son pedidos, nunca pensé esto como libro. Pero me di cuenta, o sea parte de la gracia que tiene este libro para mí es que es un descubrimiento a posteriori de que más o menos estaba escribiendo sobre las mismas fijaciones año tras año. Y pude detectar algunas cosas que me parecían como más representativas de lo que había estado pensando, que tiene que ver con una búsqueda de la identidad, que en mi opinión es lo que más está presente no solamente en estos ensayos sino en casi todos los libros que escribí.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

— Cuando hablas de vos y te tenés que definir, ¿decís periodista y escritora? ¿Escritora y periodista? ¿Solo escritora?
— Yo ya en este punto suelo decir escritora porque para mí es lo mismo. Es lo mismo realmente. No hay ninguna distinción cuando escribo un texto de ficción o uno de no ficción porque en general están bastante mezclados los géneros, en mi caso. En estos textos, por ejemplo, en los primeros, que tendían a ser un poco más periodísticos, cuando yo sentía que se me acababa la información constatable ahí echaba mano de recursos de la ficción, digamos, y ahí se convertían quizás en esto que llaman autoficción y como siempre la persona estaba como muy por encima, como testigo narrando a partir de la propia experiencia, entonces se convertía en otra cosa.

— Vos decís que si uno quisiera hacer una investigación acerca de cuánto hay de verdad y cuánto hay de ficción en estas crónicas (o ensayos) que supuestamente son periodísticas y en primera persona y deberían reflejar hechos constatables muchas veces se encontraría con que en realidad se ha inventado.
— Buena parte de las veces se va a encontrar con que… no sé si inventar es la palabra porque no es una invención en sentido estricto, es, a ver, es trucar. Para mí la literatura es eso también, es como encontrar los trucos que te permitan que un texto sea eficaz.

— ¿Por ejemplo poner una palabra que dijo alguien en boca de otro?
— Más que eso, que puede ser, perfectamente puede ser, pero difícilmente lo hago porque me gusta conservar los roles fundantes en una situación determinada. Si yo elijo contar a mi madre, por ejemplo, parte de lo que la constituye como personaje son esas cosas que dice o que deja de decir. Eso no lo pondría en boca de otro. Lo que sí hago muchas veces es desdoblar personajes, por ejemplo.

— Entiendo.
— O suprimir algunos. Porque se me funden en el relato y ahí entra como el truco de la narrativa. O sea que, sin dejar de contar la verdad porque estos textos surgen de la más rigurosa experiencia, digamos, lo que hago es eso, como echar mano de cosas que me permitan hacerlos narrativamente eficientes con todo el peso que tiene esa palabra fea, la eficiencia, en el mejor sentido.

— Que funcione.
— Que hagan que funcione, que hagan lo que a mí me gusta que hagan los textos y es que se lean fluidos y que conmuevan, de algún modo. Y esa conmoción para mí está dada desde el momento en que uno elige narrar desde la honestidad más brutal y desde la experiencia, básicamente.

— Cuando aparecieron los libros, cuando se hicieron famosos los libros de Karl Ove Knausgard, se supo en paralelo lo que eso había significado en términos de ruptura con familiares, con amistades, con gente muy cercana por haber contado esas experiencias. ¿Te trajo malos resultados en términos de los vínculos haber contado tantas cosas?
— A ver, malos no sé, pero sí muy complejos y por momentos difíciles de transitar, lógicamente. Y no solamente por estos textos, que de hecho creo que buena parte de mi entorno no había tenido acceso a ellos hasta que se publicaron por primera vez hace un par de años…

Con lo cual todavía tenés tiempo de pelearte con todo el mundo (risas).
— Sí, todavía estamos arrancando ese camino. Pero mis textos de ficción también, porque también hago algo parecido. Digamos, no están rotulados como no ficción como estos textos pero quien me conoce, quien está cerca, mi familia, puede perfectamente reconocer situaciones.

— Y asociar narrador con autor.
— Exactamente, exactamente. Suele pasar bastante, sobre todo en las novelas, porque en los cuentos quizás tengo como una fijación más técnica digo yo entonces como que en función de la técnica me alejo un poco más de esa cosa de fondo que en realidad quiero decir y que por lo general tiene que ver con cosas que me pasan o con cosas que me miro o que están como muy cercanas y que me son conocidas, ¿no? Que me son familiares. Entonces, sí efectivamente ha habido gente, bueno, sobre todo mi familia, mis padres, mi padre ya no está vivo, mi padre murió, pero mi madre sí, con mi madre he tenido por momentos una relación conflictiva, pero llega un punto en que yo creo que todo el mundo entendió por qué yo era como tan intransigente con eso, porque creo que siempre fui intransigente. Cuando me decían “pero qué necesidad, por qué estás contando eso”, para empezar era algo que solamente entendíamos en un entorno muy cerrado pero igual afectaba. O sea, yo le doy toda la entidad a ese enojo, me parece que es lógico. Pero no me olvido que es mi herramienta, es mi elección, es mi oficio. Si yo soy mezquina con eso, suelo decirme, me parece que no lo estoy haciendo bien. Siento que la mezquindad en ese sentido es lo peor que le puedo hacer a cierto tipo de escritura dentro de lo que cabe la mía.

— Últimamente, dentro de la llamada autoficción aparece mucho el tema de la violencia de género. En muchos casos, sus autoras terminan señalando algo del orden de la sanación o curación, en otra época uno hubiera hablado de catarsis o alguna clase de sentimiento que lleva a que poner por escrito determinadas experiencias o determinados secretos familiares traumáticos termina liberando a una persona. ¿Hay algo de eso, también?
— Hay todo de eso. Porque creo que, justamente, cuando alguien se siente vulnerado por lo que escribe el otro es porque estás tocando alguna fibra que debía ser tocada, ¿no? Yo creo que estos sacudones también son buenos. Y un momento, insisto, difícil de transitar pero creo que al final se entendió que, bueno, es lícito tratar de remover eso. En última también son versiones, lo que uno escribe son versiones de una historia común.

— De una memoria colectiva.
— Exactamente. Y yo suelo decir, sobre todo por una novela que escribí que se llama Lo que no aprendí, que tiene que ver con ciertas cosas de mi familia, todas las familias tienen cosas, escombros escondidos, basura debajo de la alfombra, y uno, cuando alza un poquito y un poco sugiere algo de eso, -lógicamente nunca de un modo explícito como para señalar a alguien y decir “hiciste todo mal”-, pero todas esas sugerencias llegan a quienes tienen que llegar. Y en esa novela, una de las cosas que digo es que una familia tiene tantas historias o memorias como miembros tenga, ¿no? Y cada quien tiene la libertad de exponerla. Lamentablemente, yo elegí escribir.

— Claro, no son todos escritores.
— Claro. Entonces es un poco dispar en ese sentido. Pero, fuera de broma, creo que hay que aceptar que es una versión más y que sin duda no es la definitiva: es la que yo pude reconstruir a través de mis sensaciones, de mi memoria emotiva, básicamente.

— Hablando de emociones, ¿te pasa que llorás cuando escribís determinadas cosas?
— Yo suelo ser muy fría escribiendo, muy. O sea, creo que he podido escribir cosas con este nivel de vinculación personal gracias a la distancia. Eso tiene que ver también con mi condición de exiliada entre comillas, porque es un exilio absolutamente voluntario, ¿no? Pero si yo no tuviera esa distancia espacial y emotiva, justamente, creo que no tendría la perspectiva suficiente para escribir de ese tipo de temas. Probablemente, si yo me hubiera quedado en mi país y viviera ahí, en mi entorno, no sé si escribiría o escribiría otro tipo de cosas, a lo mejor. Yo creo que la cercanía obra. Como que distorsiona.

“Tiempo muerto” de Margarita García Robayo
“Tiempo muerto” de Margarita García Robayo

— También por ahí esa cercanía hace que uno reprima, ¿verdad?
— Exacto, sí. O que veas las cosas de un modo que realmente no…

— Con otra influencia.
— Exacto. Y no consigues distinguir bien los márgenes, de qué estoy hablando. Para hablar sobre algo que te vincula tanto, yo siento que es muy necesario pararse en otro lugar, mirar de lejos, analizarlo, y ahí escribirlo. Y eso, bueno, eso hace que uno sea como una especie de cirujano al momento de elegir las escenas, las situaciones y los personajes y se pueda mantener frío mientras lo hace.

— Naciste en 1980 en Cartagena, sos colombiana, vivís en la Argentina hace ya muchos años. Sos un cocktail especial en términos humanos y también en términos literarios, porque tenés una tradición importantísima viniendo del espacio de alguien como García Márquez, tan influyente, además de otros autores, naturalmente. Pero él es como una sombra que todo lo cubre… ¿Cómo creés que influye ese cocktail literario en tu literatura?
— A ver, bueno, de muchas formas. Lo primero que me gustaría decir con este comentario que haces es que yo nunca tuve una especie de guía clara de lectura. Cuando crecí en Cartagena iba a un colegio y estaban las lecturas canónicas que uno leía, después en mi casa tenía mucha lectura ecléctica digamos, se usaba mucho eso de los libros por suscripción entonces te llegaba Círculo de Lectores, las aventuras de no sé quién, o sea que tampoco fue que me formé mucho leyendo lo que había que leer, o sea, yo leí a García Márquez creo que en el colegio y de grande. Después, de hecho, trabajé con él porque trabajé en la Fundación Nuevo Periodismo, que queda en Cartagena. Y ahí leí toda su obra, por supuesto. Pero no fue nunca para mí, y  hoy lo sostengo más, nunca fue para mí un referente en el sentido de “yo quiero escribir esto”. O sea, yo me sentía incluso en ese momento bastante lejos. A lo mejor, bueno, porque son otro tipo de experiencias, a nivel generacional casi que podría ser un abuelo, hay un amigo escritor colombiano (N. de la R: Ricardo Silva) que dice, porque esto de cómo influye García Márquez en tu escritura nos lo preguntan a todos los colombianos en el mundo y él dice…

— Como a los autores de acá les preguntan por Borges, obvio.
— Por supuesto. Es como eso que dices, es esa sombra que lo eclipsa todo. Y él decía, y yo comparto totalmente, que uno lo suele ver como un abuelo prócer, como alguien que hizo algo muy importante, que abrió al mundo nuestra literatura, que escribió cosas maravillosas, pero que uno no quiere ser en general como su abuelo, uno está en otra instancia, en otra etapa.

— Además medio triste ser epígono ¿no? En general, tener maestros está muy bien pero uno quiere hacer el camino propio.
— Claro, totalmente.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

— ¿Y cuál es el camino propio de Margarita?
— Es un camino que todavía se está forjando todo el tiempo, lógicamente. Yo con el tiempo creo que he podido identificar qué tipo de cosas me motivan más para escribir. Para mí es como lo esencial la escritura, ¿no? Es como cuáles son las cosas que me hacen sentarme y decir lo que digo y mirar lo que miro. Y creo que tiene que ver con esa pregunta que se repite para mí en todo lo que escribo y que, como te digo, con este libro fue como casi un descubrimiento. Yo me he estado preguntando esto desde hace tanto tiempo, o sea no es la neura de esta mañana, es algo tan difuso como qué es la identidad y qué es la pertenencia. Que no es lo mismo y que con el tiempo creo que si algo tengo claro es que uno puede llegar a tener alguna respuesta con respecto a la identidad, sabes de dónde vienes, tu origen en unas circunstancias normales suele estar más o menos definido y es a lo que uno acude constantemente. Mientras que la pertenencia, el lugar al que uno pertenece, no se termina de saber nunca, yo no lo tengo claro, no sé si lo voy a tener claro alguna vez.

— Ahora, también hay mucho de todo esto que estamos hablando que tiene que ver con las cuestiones de género. Y en tu libro hay mucha reflexión a propósito del tema del género.
— Claro, porque cuando yo te hablo de la pertenencia no solamente me refiero a la pertenencia geográfica. Incluso en esto que dices, el tema del género, que en los últimos años ha sido como el tema para todos, no solamente para los escritores. Y ahí también tengo un montón de contradicciones, supongo que nos pasa a todos.

— Me encanta cuando en alguno de los textos hablás del “feminómetro”, también hay un cuestionamiento, una especie de termómetro que te mide cuán feminista o cuán defensora de los derechos de las mujeres sos, como si una tuviera que estar mostrando permanentemente credenciales…
— Sí. Sí, porque además yo creo que lo que más tenemos son contradicciones y que es lícito exponerlas y que está bien. Porque creo que en la formulación de preguntas y no en las certezas es donde uno más se acerca al entendimiento de las cosas. Cuando hay certezas medio que me asusta. Y eso honestamente es algo que… suelo como sentirme un poco apabullada cuando encuentro muchas certezas en lo que sea, en un movimiento, en un grupo de amigas, en un rubro. Y con el feminismo me pasa un poco eso también. Creo que está muy bien que en este punto tengamos muy claras algunas cosas pero también que nos sigamos preguntando otras.

— Para evitar dogmatismos, también.
— Para evitar dogmatismos. Para evitar algo que me parece que suele pasarnos a los que estamos como en nichos cerrados como escritores, escritoras, feministas, bla, bla, bla, y es pensar que el mundo se agota en eso, ¿no? Perdemos un poco la perspectiva, que todo es mucho más amplio. Y me pasa, bueno, esto cuando se dan batallas tan aguerridas por cosas que de repente como que me sitúo en el lugar en el mundo y digo: ¿esto realmente importa tanto? Como un poco sacudirnos cada tanto y decir bueno, ordenémonos y veamos qué es lo importante.

— Bueno, la crónica sobre el amamantamiento es espectacular en ese sentido porque ahí hay otros dogmas ante los que una mujer se enfrenta y que son los que señalan cómo ser buena madre. Si das la teta sos buena madre, si no la das no sos tan buena madre. Quién mide qué es ser buena madre. En ese texto eso está también muy logrado.
— Sí, porque además otra de las cosas que sucede con esto, el tema de la maternidad lo has traído a colación y es un ejemplo perfecto porque está lleno de eso, de certezas. De las que por supuesto hay cosas que no hay que poner en duda, dar la teta está bien, está re bien, ojalá todas pudiéramos hacerlo con mucha fluidez y que no tuviéramos ningún tipo de dificultad. Pero bueno, no siempre es así, la idea de que la regla te acomoda el mundo no es así entonces… Y bueno, creo que cuando sucede esto se pierde algo que a mí me parece cada vez más interesante en mi búsqueda de la literatura pero también un poco de la vida y es darle el valor que tiene la ambivalencia. Tratar de convivir con esas contradicciones y con esos sentimientos opuestos que te pueden generar una misma situación, y la maternidad en eso es perfecta.

— Mientras leía tus textos me acordaba de una viejísima película de Woody Allen que se llamaba Interiores en donde había una escritora, yo creo que era Diane Keaton, cuyo marido también era un intelectual que era su marido y que en un momento le decía algo así como “quisiste tener un hijo para ver qué se sentía y poder escribir”. Una cosa muy brutal como esa. Yo te daría vuelta esa idea y te diría, ¿sentís que haber sido madre cambió tu escritura?
— Sí. Sí, sí, totalmente. Ves, aquí es cuando el feminómetro se me va para abajo seguro (risas). Pero no tengo dudas. Sí, totalmente, porque me enfrentó muy descarnadamente con esto mismo, ¿no? Que es algo muy salvaje que si consigues volcarlo en lo que escribes, hay una ganancia. Yo no digo que lo haya conseguido al cien por cien pero creo que parte de esa especie de salvajismo si se quiere o de búsqueda de que las cosas no son lindas, de “enfrentémonos con esto que es incómodo”, creo que yo suelo o por lo menos intento plasmar en lo que escribo viene dada por eso también, por, a ver, el cuerpo pasó por algo muy brutal, la vida te cambia en muchos sentidos, pero no en esa charla habitual que uno tiene con otras madres de “ay, no tengo tiempo, ya no escribo”: sí, todo eso me pasa, pero, además, esto de no saber bien cómo digerir que esto que te pasó es tan bueno como malo al mismo tiempo. Es como aceptar y hermanarse con que puede ser horrible ser madre, puede ser horrible dar la teta, puede ser horrible estar abandonada, y al tiempo es medio insalvable porque no puedes hacer otra cosa. Cuando los hijos empiezan a crecer yo creo que un poco se suaviza esa sensación, pero cuando son criaturitas que dependen enteramente de ti de repente dices “bueno, yo tengo que recuperar mi vida”.

— Tengo una mala noticia para darte.
— No se suaviza (risas).Por ahí se acostumbran las madres, ahora las veo mucho más relajadas.

— Tenés un poquito más de tiempo, eso es verdad. Pero hay una frase en yiddish que dice: “Chicos chicos problemas chicos, chicos grandes problemas grandes”, y te juro que es así. No me gustaría terminar esta entrevista sin preguntarte por algunos autores y autoras a los que te gusta leer, o que leés siempre y que recomendarías.
— A mí últimamente me gusta mucho leer poesía, no sé, estoy como un poco fanatizada. Hay autoras que sigo, que me gustan mucho, una de ellas es mega conocida, Sharon Olds. Me fascina. Después hay unas novelistas también como que realmente… Bueno, creo que el año pasado se editó, yo la había leído hace mucho, es una que se llama Rachel Cusk.

— Sí, acaba de llegar a Latinoamérica el último libro de la trilogía.
— Bueno, ella tiene un libro de maternidad que es la cosa más alucinante del mundo.

— Es canadiense y vive en Londres.
— Es cierto. Me parecía inglesa por el modo de escribir y que es un poco como cínica, eso me gusta. Pero después yo tengo referentes muy claros a los que acudo siempre, que me gustan mucho, uno es José Emilio Pacheco, un escritor mexicano que para mí es como que me lo ha dado todo, la verdad, y porque me gusta mucho lo que él hace con un género que yo admiro mucho que es la novela corta.

Morirás lejos por ejemplo.
Morirás lejos, Las batallas en el desierto.

— Un gran poeta también.
— Claro, y su poesía es increíble.

— Siendo madre con chicos tan chicos, ¿cuándo escribís?
— Cuando puedo (risas). Cuando puedo. Cuando están en el jardín, esas son mis horas de escritura, también. Y cuando puedo, realmente. Antes tenía una rutina muy clara, me salía mejor a la mañana, a la tarde me tomaba un mate viste, todas esas licencias que ya no tengo, lo hago realmente en el momento que puedo. He aprendido algo que me ha sido muy útil y en ese sentido también te contesto que la maternidad cambió completamente mi escritura por esto, sencillamente: tomo muchas notas, cosa que no hacía antes, antes es como que me acordaba, me sentaba y lo dejaba fluir más como el artista.

— Tenías más tiempo.
— Tenía más tiempo. Y ahora sencillamente tomo notas incluso en el celular, cosa que antes me parecía monstruosa, como “cómo voy a tomar una nota en el celular”. Y ahí están mis notitas.

— Dijiste mate… ¿Por qué te quedaste vivir en Argentina?
— Sabes que me pasa algo… Yo había vivido en otros países, elegí finalmente Argentina porque me encantó, me gustó, sobre todo me gustó un poco lo que sucedía a nivel de escritores, escritores que no éramos escritores, éramos gente que quería ser escritora y que en Colombia era un poco raro, la extravagancia del que quiere ser otra cosa. Y acá estaba como muy naturalizado, todo el mundo quería escribir, todo el mundo iba a un taller, iba al otro, se ayudaban entre sí, se mandaban las cosas. Esa especie de horizontalidad me gustó mucho. Con el tiempo, bueno, pasaron otras cosas, pero creo que lo que me sigue manteniendo en la Argentina, que es la pregunta que a veces me hago, es que creo que me pasó algo con los argentinos más que con Argentina, y es que no encuentro el nivel de interlocución que tengo acá en ningún país, y he estado temporadas largas no solo en Colombia sino en otros países…

— No solo en relación con la literatura digamos.
— Con relación al mundo. Yo creo que eso tienen los argentinos, por lo menos Buenos Aires, que es la ciudad donde yo he vivido, que me sigue atrayendo. No hay small talk, viste, es como que todo tiene un peso que por momentos es agobiante, no te lo voy a negar, pero al mismo tiempo es lo que me sigue alimentando.

— ¿Viste que encontraste tu identidad y tu pertenencia? Sos argentina, Margarita.
(Risas) Al final soy argentina.

— Eso no lo imaginábamos.
— No.

 

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Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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