Mónica Jiménez feliz con el titulo de licenciada otorgado por la Universidad del Salvador
Mónica Jiménez feliz con el titulo de licenciada otorgado por la Universidad del Salvador

Recién a los treinta años Mónica Jiménez (63) se preguntó por primera vez qué quería hacer de su vida. Entonces, empezó el secundario. “Me anoté en una escuela para adultos y lo terminé en tres años. Cuando me recibí, sentí que se me abrían las puertas del mundo. Fue una sensación única. El título secundario me permitía disparar de la violencia. Tendría trabajo, mi plata e independencia“, asegura la profesora en Ciencias Jurídicas y Contables, que además es Licenciada en Gestión de la Calidad Educativa.

Docente de alma, se reparte entre tres instituciones donde dicta nueve materias, en horarios que van de las siete y media de la mañana, a las diez y media de la noche. Tiene dos “hijas profesionales” -como le gusta remarcar al presentarse-, cinco nietos que adora, dos yernos “y dos ex yernos”, como apunta con humor. Vive en el centro de la localidad bonaerense de Moreno, a unas cuadras de La Abanderada, la asociación civil donde muchos adultos de la zona terminan el secundario y ella tiene más de un aula a cargo.

Mónica nació en la Maternidad Pardo de la Capital Federal porque su mamá, hija de italianos, quería que fuera porteña, al igual que su hermana mayor. Vivían en Quilmes, con un papá alcohólico y golpeador, que se fue cuando ella tenía dos años. “Sólo tengo una foto de él. Supe que murió en 1978. Hace un mes fui a La Banda, su pueblo en Santiago del Estero, y me traje un poco de tierra”, apunta sobre ese padre biológico que no conoció. Y que desapareció de su vida mucho antes de que llegara su padrastro, a quien sí llamó papá.

Tras un par de años en un colegio de monjas en Chascomús, se mudó a Moreno con el nuevo marido de su madre. “Me crié con un padrastro golpeador. Era un tipo muy malo y violento. Nos echaba a la calle. Pasábamos hambre y frío. Mi mamá pedía pan en el barrio para darnos de comer. Hacía lo posible por defendernos. Pero era asmática y muy débil. Trabajaba de lo que podía. Me enseñó el valor del trabajo”, apunta Mónica, sin dramatismos y cerrando el relato con una certeza: “Así es la vida”.

Terminó el primario “a los ponchazos” y el secundario no era una opción “¡ni soñando!”. Había que salir a trabajar. Entonces atendió en una verdulería, vendió tejidos, hizo changas en una panadería y llegó a los 21 años habiendo trabajado de sol a sol para comer y cuidar de su madre enferma.

“Mi hermana salió adelante porque fue astuta con los negocios. Vive en un piso en Capital y se conoce el mundo entero. Podríamos haber terminado muy mal. Siempre lo decimos. A pesar de todo lo que vivimos somos dos mujeres de familia, con principios y valores“, reflexiona.

Cuenta que con los años, con lectura y terapia empezó a descifrar cómo funcionaba aquel círculo de violencia que la absorbió durante años. “Si mi padrastro llegaba y veía un cuadrito torcido empezaba la pelea. Porque el hombre violento busca cualquier excusa para agredir“, relata. Y detalla que ni bien tuvo plata para alquilarse algo, ella y su hermana se fueron de esa casa. Que pronto “separamos a mamá de su marido” y se la llevaron a vivir con ellas. Y que años más tarde, su padrastro murió y ellas pudieron volver a la casa -muy humilde- dónde se habían criado.

Sin embargo, todavía faltaba mucho para que Mónica pudiera sanar. “A los 21 me junté con el papá de mis hijas y, sin querer, repetí la historia. Me enamoré del único modelo de marido que conocía. Era un golpeador y un ludópata. Fue el hombre más importante de mi vida, pero no teníamos los mismos intereses”, asegura.

Entonces, relata cómo a los treinta empezó a hacer algo por ella. “Cursaba el secundario con mucho esfuerzo. Él no podía soportar que yo me fuera de casa a estudiar. Todo era una lucha. Pero resistí”, agrega.

A fines de los ochenta Mónica quería seguir formándose. Entonces empezó Derecho, mientras trabajaba de peluquera -o de lo que fuera- para pagarse los estudios. Cursó todo el año, pero cuando llegó el momento de rendir los finales, su marido hizo todo para que no se presentara…

“Estudié el Código Civil entero. No puedo tirar semejante esfuerzo por la borda”, se dijo el año siguiente y, con todo lo que sabía, se presentó para el examen de Martillera y Corredora Pública. “Pasé todo el día rindiendo en Mercedes. Éramos miles. Y cuando llegué a casa… ¡La que se armó! Era como si yo hubiera estado todo el día de juerga, por ahí. Pero sobreviví. Una vez más. Siempre digo que soy una sobreviviente“, asegura Mónica y agrega que su marido sólo quería que ella trabajara en la carnicería familiar.

En una de las aulas de La Abanderada, dónde da clases por el programa Fines 2
En una de las aulas de La Abanderada, dónde da clases por el programa Fines 2

Pero como Mónica era tenaz y quería seguir estudiando, empezó a contaduría en la Universidad de Morón. “Hice cinco materias pero, de nuevo, la lucha en mi casa se intensificó. Pasó a ser: la universidad o mi vida. Demasiado en juego… Yo atajaba los golpes, pero nunca los devolvía. Peso 52 kilos. Mi ex marido pesaba más de 100. No podía hacerle frente. Entonces, lloraba y listo“.

Agrega que el anhelo de tener un título universitario estaba pendiente, pero que ella no lo vivía como un fracaso. Tenía muy claro que había intentado dos veces, pero que no podía arriesgarse más. Debía ser prudente. Quería seguir viva. Entonces encontró una opción que la dejaba menos expuesta. Se anotó en el profesorado de Ciencias Jurídicas y Contables en el Colegio Mariano Moreno, de su localidad. Y tras cuatro años de estudio, con mucho esfuerzo y siempre resistiendo, se recibió de profesora.

El aula como refugio

“Me separé en septiembre del 2000. Tenía 44 años y había estado con él desde los 21. Fue un día cualquiera, después de 10 minutos de violencia y locura. No aguanté más y me fui. Crucé a lo de mi amiga de enfrente. Acababa de morir su marido y me dijo: ‘Venite a vivir a casa’. A la noche, cuando mi ex marido me fue a buscar, ella, que no le tenía miedo, salió a tranquilizarlo. A esa altura mis hijas eran grandes. Yo era una buena madre y una mujer trabajadora. No merecía todo eso. Siempre había querido otra cosa para mí. Pero hasta que no tuve mis estudios y mi plata no pude separarme“, reflexiona Mónica y aclara que el padre de sus hijas era violento con ella pero no con las chicas.

Con estudiantes de La Abanderada
Con estudiantes de La Abanderada

Vivió cinco meses en lo de esa amiga que ejercía la sororidad mucho antes de que se conociera el término. Se mudó una vez que el trabajo de profesora le permitió pagarse un alquiler. Y, ya separada y con sus hijas recibidas -una es subdirectora de un Jardín de Infantes y la otra, licenciada en administración de empresas y trabaja en un banco-, Mónica se lanzó a cumplir su primer gran sueño: tener un título universitario.

“Hice la Licenciatura en Calidad de Gestión Educativa en la Universidad del Salvador. Cursaba los sábados en el Colegio Sarmiento de San Antonio de Padua. Me pagaba la carrera con mucho esfuerzo. Me recibí a los 51 años, con siete 10 en la libreta. ¡Jamás imaginé que podría sacarme un 10 en la Universidad! ¡¿Grosso, no?!”, se enorgullece y vuelve a repetir, sílaba por sílaba, el título que no sólo completa su profesorado, sino que además le permitió sentirse plena.

Hoy Mónica vive sola en una casa que alquila. No tiene perro, gato, ni plantas. Así que cuando se quiere ir de vacaciones, cierra la puerta y “vuela”. No está en pareja, pero sabe que a pesar de haber tenido un padre, un padrastro y un marido violento, todos los hombres no son así. “Sé que hay hombres buenos”, enfatiza.

Con un grupo de Egresadas de La Abanderada
Con un grupo de Egresadas de La Abanderada

El profesorado y la licenciatura la habilitan a dar ciencias políticas, contables, económicas, educación cívica, micro emprendimientos, entre muchas otras materias. “Siempre me gusto aprender y transmitir lo que sé. Para mí no hay más placer que entrar al aula. Que los alumnos se interesen por lo que estoy explicando y me hagan mil preguntas”, apunta la docente.

Sobre su trabajo en La Abanderada, asegura: “No sabés la emoción que siento al ver señoras y señores grandes terminando el secundario. Prestan atención, estudian con ganas y se esfuerzan mucho. Da gusto dar clases a adultos. Me apasiona. Tal vez porque un día yo fui una de ellos”.

En cambio, ríe al contar que los adolescentes “son un poco más cachivache, pero son divinos igual”. Algunos le cuentan dramas que ella también tuvo de joven. O le dan alguna excusa, que ella descifra al instante. “La vida es como es. No como uno quiere que sea”, les contesta Mónica. Y les dice que se puede. Que ella pudo. Que salió adelante gracias al estudio. Hizo todo con voluntad. Pero nunca confiesa que los quiere, porque “si vos le decís eso al alumno, hace uso y abuso”. Eso sí, cuando se reciben, les da un beso y un abrazo que ninguno olvida.

Cuando recibió su titulo de licenciada y cumplió su sueño de ser universitaria
Cuando recibió su titulo de licenciada y cumplió su sueño de ser universitaria

Yo siempre tuve sueños. El primero: tener un título universitario. Quería usar un trajecito para trabajar. Lo cumplí dando clases. El segundo: andar en un crucero. Ya hice tres por Brasil. Sólo me falta uno: ver una carrera de Fórmula 1 en vivo y en directo”, asegura Mónica. Cuenta que en 1998 se dijo “la veo el año que viene” y llevó a sus hijas de vacaciones a San Bernardo, sin imaginar que sería el último año que se correrían en la Argentina.

“Entonces aprendí que nunca más tengo que posponer mi deseo. En octubre se hace en Brasil… Me coincide con la época de exámenes. Pero veremos. Ojalá se me dé alguna vez…”, anhela la docente que hoy está al frente del aula y del rumbo de su vida.

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Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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