La Organización del Atlántico Norte fue durante siete décadas el símbolo del proyecto euroamericano sobre el cual se construyó el mundo occidental de posguerra. En verdad hubo dos grandes coincidencias: sostener la democracia y contener al comunismo soviético.

Los socios fundadores depositaron en la OTAN las esperanzas del mundo de posguerra y buscaron aventar los temores que despertaba Moscú. En ese entonces Asia no existía estratégicamente, desde Washington la Alianza importaba porque expresaba el liderazgo americano. Para los europeos, la garantía de su seguridad habitaba en la Casa Blanca, aunque perduraron intereses nacionales que no se diluyeron en la Organización. Así el primer Secretario de la OTAN, el inglés H. Ismay, definió el objetivo de la OTAN según Londres: “mantener a los americanos adentro, a los soviéticos fuera y a los alemanes abajo”. En Francia, el atlantismo fue una circunstancia que le permitió cobrar los dividendos de la posguerra como potencia victoriosa.

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La historia no fue lineal, no siempre los socios coincidieron. Ya en los ’50, en la Guerra de Suez, quedó claro que en la OTAN no todos eran pares. Paris y Londres fueron a la Guerra contra Egipto y los Estados Unidos los “dejaron solos”. Las membresías eran distintas: una potencia global, algunas regionales -Gran Bretaña y Francia- y el resto acompañaba. El primer gran desencuentro fue Vietnam, a partir de allí todos dormían en la OTAN soñando cosas distintas.

El colapso de la Unión Soviética dejó a la Alianza sin enemigos. Muchos creyeron que había llegado la hora del discurso obituario, sin embargo la desmesura americana llevó a Washington a impulsar reformas que expresaron la supremacía global del momento. Una nueva Carta Atlántica (1999) y la expansión de la Organización hacia los países euro-centrales, ex-miembros del Pacto de Varsovia, dieron forma a la OTAN. A partir de allí, la OTAN objetivamente mutó. Era el Comité de Seguridad de la globalización versión americana? Se trataba un formato para facilitar la transición al poscomunismo? Era una alianza para combatir al terrorismo? Se comportaba como imán para países que buscaban seguridad o status internacional? Con una agenda global centrada en la economía y con una nueva geografía donde emergía Asia, particularmente China, todo hacía pensar que los mejores días de la OTAN estaban en el pasado. Cuando Rusia invadió Georgia (2008) y Ucrania (2014) hubo un revival y a partir de allí comenzó un debate en el seno de la OTAN aún no se resuelto.

Los EE.UU observando al mundo devaluaron estratégicamente a los europeos y frasearon el nuevo discurso: “quieren OTAN, gasten más”. Más tarde ocurrió lo peor: llegó el trumpismo a la Casa Blanca, la expresión más ortodoxa del unilateralismo americano acompañada de un discurso prepotente.

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En los EE.UU todavía existe una mayoría que apoya la Alianza, pero en Washington habitan los halcones anti-europeos. En verdad, el compromiso americano con la OTAN hoy lo alimentan el Congreso y el establishment de la seguridad. En muchas de esas capillas la apuesta es resistir hasta que haya mudanzas en el poder, esa es la tesis de un Informe reciente de N. Burns y D. Lute, “Nato at the seventy: An Alliance in crisis”. Trump argumenta que sus socios no cotizan. Los EE.UU asumen el 72% del presupuesto de la Alianza y los europeos no cumplen con el compromiso asumido en el 2014, el año que Putin desmembró Ucrania, de gastar el equivalente al 2% del PBI. Es cierto, los europeos están en mora, pero también es cierto que el gasto militar de la Unión nunca se incrementó tanto.

Más allá de la pulseada por las responsabilidades, en Europa se duda de cuán dispuesto está el trumpismo a cumplir sus compromisos de la defensa común (Art. V). Por eso aflora nuevamente en el Viejo Continente el discurso de alcanzar la “autonomía operacional”, un clásico francés que no tiene mucha audiencia entre sus socios. En un Continente donde el populismo de derecha cultiva el tropismo ruso, sólo Gran Bretaña podría acompañar un esfuerzo europeo de defensa y seguridad.

Pero ese miembro clave de la OTAN está paralizado a causa del Brexit, todos los recursos dependen de cómo se cierre el debate: isla o socio. Resulta imposible concebir una defensa europea sin incluir a Gran Bretaña, Alemania es una potencia económica pero es un enano militar. El resto poco cuenta. Sólo Polonia y algunos países Bálticos -recelosos de los designios de Putin- sostienen un compromiso real con la Alianza Atlántica.

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Finalmente, en el flanco sur de la OTAN, un actor histórico e insoslayable como Turquía, está redefiniendo sus alianzas y preferencias externas. Al decidir equiparse con misiles rusos, los S400, R. Erdogan les plantea un dilema a sus socios, particularmente a los Estados Unidos, proveedores históricos de la fuerza aérea turca.

Resulta incompatible que un miembro de la OTAN se equipe con sistemas misilísticos anti-aéreos monitoreados por asesores rusos. En el pasado las fuerzas armadas turcas eran OTAN-dependientes, pero las purgas de Erdogan transformaron las cúpulas. En síntesis, el futuro de la OTAN depende, hasta nuevo aviso, de los europeos. Muchos son pesimistas. El líder social demócrata alemán Sigmar Gabriel es uno de ellos: definió a los europeos como “herbívoros geopolíticos en un mundo de carnívoros”.

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