El presidente de Argentina, Alberto Fernández, señala un gráfico durante una conferencia de prensa en Buenos Aires en la que anunció la extensión de una cuarentena obligatoria en grandes ciudades debido a la pandemia del coronavirus. 10 abr, 2020. Esteban Collazo/Presidencia de Argentina/via editores de Reuters. Esta fotografía fue provista por un tercero.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, señala un gráfico durante una conferencia de prensa en Buenos Aires en la que anunció la extensión de una cuarentena obligatoria en grandes ciudades debido a la pandemia del coronavirus. 10 abr, 2020. Esteban Collazo/Presidencia de Argentina/via editores de Reuters. Esta fotografía fue provista por un tercero. (Presidencia Argentina/)

Al comienzo del problema del Covid-19, el Gobierno adoptó dos medidas muy duras para la gente: primero cerrar las fronteras y luego disponer una cuarentena masiva obligatoria. Ello disparó las primeras señales de alerta sobre las consecuencias económicas que podría traer suspender la producción y el comercio. Pero el Presidente entonces dijo que “priorizaría la vida sobre la economía”. Una frase muy elocuente, pero no exenta de engaño. Claro, son frases típicas de políticos enfrentando situaciones complicadas.

El primer problema con la expresión del Presidente es que se trata de una falsa disyuntiva: no existe alternativa entre vida y economía, la economía es el medio por el cual cada persona mantiene su vida. La vida es el valor supremo de cada uno, pero como tal, no es insoslayable, requiere de un tipo especial de acción para poder mantenerse. Cito palabras de Ayn Rand para decir algo que es evidente: “Para sobrevivir, el hombre debe descubrir y producir todo lo que necesita, lo que significa que debe alterar su ambiente y adaptarlo a sus necesidades. La naturaleza no lo ha equipado para adaptarse a su ambiente a la manera en que lo están los animales. Desde las culturas más primitivas hasta las civilizaciones más avanzadas, el hombre ha manufacturado cosas; su bienestar depende del éxito de su producción”.

En definitiva, todo lo que es necesario para la supervivencia humana es producido por alguien. Puede hacerlo la misma persona que lo consume o pueden hacerlo otros y transferirlo mediante el comercio o la violencia. Pero nada de aquello que necesitamos para sobrevivir (excepto quizá, y por ahora, el aire) nos es dado sin necesidad de producirlo. Incluso los subsidios que tan generosamente ofrece el Gobierno para quienes se ven perjudicados son riqueza que alguien produjo previamente.

El populismo en Argentina ha desconocido sistemáticamente este hecho. Entiende que hay gente que debe tener acceso a la riqueza aunque no la haya producido o intercambiado por algún valor personal. Eso le permite pretender que la economía, la creación de riqueza, es un asunto secundario frente a valores más importantes; y al mismo tiempo, justifica que los productores puedan ser la variable de ajuste de sus políticas, y evitar la miseria redistribuyendo por la fuerza la riqueza remanente, hasta agotarla. He ahí el primer error en la afirmación del Presidente.

Pero además de ello, la frase encierra otra falacia, que probablemente sea más grave. Luego de pronunciar esa afirmación, lo que el Gobierno ha hecho es precisamente lo contrario de lo que predicó (algo lamentablemente frecuente entre políticos): se dedicó a intervenir aun más en la economía y desatendió la vida.

En efecto, se ha dedicado a regular con mayor intensidad la economía, intensificó los controles de precios, los abastecimientos, suspendió la posibilidad de desalojos, otorgó subsidios con dinero que no tiene, intervino para evitar despidos y una gran cantidad de medidas que, probablemente, incrementen la crisis económica que quedará después del virus. Por otro lado, la única medida concreta adoptada a favor de la “vida” ha sido prolongar el encierro de las personas en sus casas, y tratar de preparar a los hospitales para enfrentar la catástrofe que podría venir.

Su acción se ha centrado en las personas, no en el virus. La cantidad de testeos (aún reconociendo que los tests no son infalibles) ha sido ínfima con relación a la población, y en buena medida se han utilizado en personas a las cuales por algún motivo se las sospechaba como portadoras. Lo cierto es que sin testeos masivos, no hay forma de saber ni siquiera aproximadamente cuántos infectados hay, dónde están, cómo se mueve el virus, si la cantidad aumenta o disminuye. No se podría identificar a los infectados para aislarlos, y a los que están en grupo de riesgo para tratarlos prioritariamente y antes de que el virus avance en su organismo. En definitiva, es imposible crear un verdadero y útil mapa del virus, y cualquier cosa que se diga a partir de esta falta de información, será inverosímil.

Por ello en marzo el Gobierno dijo que el pico de contagio estaría en abril y allí comenzaría a “aplanarse la curva”; en abril nos dicen que en mayo, probablemente en mayo nos digan que en junio. Lo cierto es que nadie lo sabe, porque no existen datos, y sin datos todo es mera especulación.

Ciertamente los exámenes son costosos, y aquí se puede observar otra característica de cómo actúa el Gobierno (como todo gobierno populista argentino), que consiste en monopolizar la acción sanitaria en el Estado, y no permitir que los recursos privados puedan actuar de manera coordinada y positiva. Es muy probable que en muchas empresas sea rentable pagar por tests para controlar a parte de sus empleados y poder reiniciar la producción aunque sea en forma parcial. Esto permitiría que personas sanas puedan trabajar, y al mismo tiempo incrementar la cantidad de información para detectar contagios. Pero una vez más, la respuesta gubernamental es mantener el encierro masivo y no permitir ninguna alternativa.

Mientras tanto, la cantidad oficial de infectados es ridículamente baja, no porque no los haya, sino porque nadie sabe quiénes son.

Algo parecido sucederá con la información sobre la cantidad de muertos que produzca el virus. Hoy esa cantidad es baja, en comparación a otros países, pero aún así ya se pueden advertir deficiencias en la estadística. Por ejemplo, días pasados falleció un juez en Capital Federal, en los medios fue contabilizado como una víctima más de Covid-19. Luego de examinarlo, se determinó que no tenía el virus y su muerte se debió a una infección intestinal vinculada con bajas defensas como producto de otras afecciones. Pero en el registro el caso apareció como producto del virus.

En pocos días comenzará a hacer frío, y con el frío aparecerán como todos los años gran cantidad de muertos por problemas pulmonares provocados por la baja temperatura o la influenza. En ese momento, la estadística de muertes por Covid-19 probablemente comience a desdibujarse, de modo que no sólo careceremos de datos de infectados, sino que tampoco será confiable la lista de muertos.

Es verdad que quienes están encerrados en sus casas tienen menos posibilidades de contagio que quienes andan por la calle. Pero también es cierto que el encierro no es infalible, y con gente entrando y saliendo de edificios, el contagio masivo tampoco es descartable; es por ello que el propio Gobierno considera que ni siquiera las cárceles están exentas de contagio. Cientos de personas encerradas en un edificio en el que ingresa el virus, es como cientos de vacas encerradas en un corral en el que ingresa el matarife; y (ojalá me equivoque), el peor escenario posible es aquel en el cual no se está haciendo nada en sentido positivo para ir por el virus, y que éste penetre las defensas de quienes están encerrados en sus casas.

Por eso el Presidente debería rever aquella afirmación de hace varios días, comprender que vida y economía no pueden separarse, y que entonces lo que convendría es permitir que los recursos económicos (que siempre están en manos de personas hasta que el Estado se los quita) puedan ser empleados eficientemente para ir a buscar el virus a través de testeos, como primer paso para neutralizarlo, en lugar de encerrarnos a todos con la sensación de estar esperando un bombardeo.

Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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