El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (Reuters)
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (Reuters)

El 17 de septiembre Israel celebró elecciones generales por segunda vez consecutiva en un año. Sin embargo, al igual que los primeros comicios de abril, los resultados no rompieron la grave parálisis política que atraviesa el país. Esto se debe a que ningún partido o alianza puede formar Gobierno sin antes recurrir a plataformas incompatibles o antagónicas.

Tal y como reflejan distintos titulares, el impasse en el parlamento hebreo podría significar la caída de Benjamín Netanyahu, el primer ministro que más tiempo ha liderado Israel. No por poco, las últimas elecciones fueron percibidas como un referéndum a la figura del mandatario; a la continuidad del “rey” Bibi en el poder. Lo cierto es que los actores principales coinciden en que Netanyahu se tiene que ir, pues es el obstáculo más importante que dificulta un acuerdo de unidad.

La política israelí contemporánea es un verdadero juego de tronos con drama, traición y rencores. El líder del oficialismo es la pieza central, pero su situación en el tablero es la más precaria. Por lo pronto, el partido gobernante Likud perdió la mayoría parlamentaria, habiendo obtenido 31 escaños frente a los 33 que ganó la lista “Azul y Blanco” (Kahol Lavan) encabezada por Benny Gantz. Este resultado habla de la polarización de la sociedad israelí entre partidarios y detractores del primer ministro.

Los rivales más fuertes de Netanyahu no mantienen diferencias ideológicas de trasfondo con el primer ministro o con el Likud. En este sentido, Kahol Lavan no tiene identidad partidaria en sí misma por fuera de constituir el principal frente anti-Netanyahu. En esta oposición yace el quid de la cuestión. Estriba precisamente en la negativa de Gantz y los otros líderes de la alianza como Yair Lapid, Moshé Yalón y Gabi Ashkenazi a ser parte de una fórmula que incluya a Bibi.

Sin ir más lejos, Kahol Lavan reúne a tres ex comandantes de las fuerzas armadas que sirvieron bajo Netanyahu. Según sus opositores, la discordia que hoy en día impide un acuerdo entre centristas y nacionalistas es –por decirlo de alguna manera práctica– el debate entre república y monarquía. A tal punto, que Gantz y compañía proponen reformar el sistema para que ningún primer ministro pueda gobernar por más de ocho años consecutivos o bien superar los tres mandatos.

Quienes trabajaron con Netanyahu le reprochan su estilo unipersonal, quizás demagogo y fanfarrón, aduciendo que confunde sus intereses personales con los del Estado. Se dice que el soberano no escucha a sus asesores y, más importante, que no confía en nadie para delegar funciones clave. Actualmente ocupa la cartera de Defensa y hasta febrero de este año manejaba Exteriores. Y no menos sustancial, el rey Bibi está involucrado en un caso de corrupción.

Esta controversia se empeoró a raíz de un supuesto plan para presentar un proyecto de ley para conceder al jefe de Gobierno inmunidad parlamentaria. Muchos creen que los aliados de Netanyahu preparaban esta estrategia dando (erróneamente) por asumido que obtendrían la mayoría en la Knesset. Culpable o no, cabe decir que en Israel las figuras públicas no se salvan del escrutinio de la justicia. En concreto, Netanyahu está citado a declarar el 2 de octubre durante una audiencia preliminar. Ese mismo día el presidente Reuvén Rivlin hará uso de función como jefe de Estado y escogerá qué líder tiene más posibilidades de formar Gobierno.

En vista de que Gantz obtuvo más votos, y que este proceso judicial complicará aún más la situación del primer ministro en funciones, lo más probable es que Rivlin escoja al líder de la oposición. Además, los analistas indican que Rivlin, de ochenta años, también tiene cuentas personales que saldar con Netanyahu, principalmente porque el premier había discutido tras bambalinas planes para derogar la institución de la presidencia.

En caso de ser elegido por el presidente, Gantz tendrá un máximo de dos meses para persuadir a otras fuerzas de que lo avalen para formar Gobierno. Necesita reunir el improbable apoyo de por lo menos 61 legisladores de un total 120. Para lograrlo, tendría que balancear tantos intereses contrapuestos que terminaría por poner en jaque la misma unidad de la alianza anti-Netanyahu.

Por un lado, Gantz y compañía tendrían que conciliarse con las plataformas religiosas y conservadoras (21 escaños) que naturalmente se oponen a las propuestas de Kahol Lavan en materia de matrimonios civiles y libertad económica durante el shabat. Desde ya, asumiendo que un acuerdo fuese posible, esto suprimiría la de por sí inverosímil –pero por algún motivo discutida– posibilidad de integrar a la bancada árabe (6 escaños) al Gobierno. Si Gantz plantea un acercamiento con los religiosos también estará excluyendo a Avigdor Lieberman y a su partido Israel Beiteinu (5 escaños), que aunque derechista y nacionalista, es fundamentalmente secular.

Lieberman es visto como quien tiene la potestad de untar reyes. Gracias a la aritmética parlamentaria, si lo quisiera podría darle a Netanyahu los bancos necesarios para conservar su corona. Israel Beiteinu fue parte de la coalición de gobierno de Netanyahu durante siete años. En 2013 incluso se alió con el Likud para presentar una lista electoral conjunta. No obstante, Liberman representa a un electorado ruso frustrado con las humillaciones y abusos por parte de las cortes rabínicas, posibles en parte gracias a la tibieza de Netanyahu hacia sus aliados religiosos. Sucede que Bibi no podría mantenerse como primer ministro sin ellos.

Como consecuencia de esta disyuntiva, Lieberman aseguró que no apoyará a ninguna fórmula que participe a los religiosos en el Gobierno. Como alternativa, propone secundar a un Gobierno de unidad formado por Likud y Kahol Lavan, algo que por lo visto es imposible en tanto Netanyahu no dé un paso al costado o sea obligado a renunciar al liderazgo de su partido. La alianza opositora espera que la posición de Netanyahu en el seno del Likud continúe debilitándose, acaso permitiendo que algunos diputados likudnik rompan filas y se pasen a la bancada de Gantz, o que formen una facción diferente que no reconozca a Bibi como líder del partido.

Aunque el Likud se caracteriza por exigir una lealtad partidaria hacia el líder sin parangón en otras plataformas israelíes, algunos politólogos sugieren que el desgaste causado por la parálisis política podría arrojar nuevos precedentes. Como dijo el profesor Joel Peters durante una conferencia en Montevideo, “el rey no abandona su castillo cuando teme que se produzca un golpe”. Por algo Netanyahu canceló su viaje a Nueva York donde tenía previsto participar del debate general en las Naciones Unidas.

Curiosamente, Donald Trump ya no muestra el mismo apoyo incondicional hacia su amigo. Esta vez se ajustó al protocolo diplomático y evitó respaldar a Netanyahu directamente. Interpelado por periodistas un día después de las elecciones, aseguró que sus relaciones están con Israel por encima de quién sea su líder. A juzgar por sus propias declaraciones, Trump no simpatiza por los perdedores. Como Netanyahu basó su campaña electoral en su amistad con el republicano, la frialdad del presidente estadounidense es echar sal en la herida.

Aunque no hay que subestimar la fuerza de su carácter y su habilidad para congeniar pragmáticamente con rivales, Netanyahu está perdiendo influencia y su futuro político está en riesgo. Asumiendo que no abandone la batalla por su corona, Israel probablemente se encaminará a una tercera ronda electoral en enero que promete arrojar el mismo nivel de incertidumbre. En cualquier caso, Netanyahu ya no lleva la batuta y camina por la cornisa. Su salida de la política es la opción más conveniente para que el barco no se hunda.

En el clima volátil de Medio Oriente las cosas pueden cambiar de un día a otro, de modo que la relevancia de Netanyahu también está sujeta a los acontecimientos en la región. Así y todo, Netanyahu difícilmente recuperará los mismos niveles de aceptación y de influencia que tenía en la última década. Esto no quita mérito a su figura y a la trascendencia que ha tenido en la política israelí. Incluso cuando el apodo de “rey” es utilizado de forma despectiva, este sustantivo proyecta en definitiva la imagen de un estadista, alguien que deja una impronta indeleble en su país y que causa impacto en el extranjero.

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales y magíster en estudios de Medio Oriente por la Universidad de Tel Aviv. También se desempeña como consultor en seguridad y analista político. Su web es FedericoGaon.com.

Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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