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El lenguaje es la habilidad que permite el acceso a la comunicación entre personas, impulsa el desarrollo del pensamiento e interviene en los procesos de regulación emocional y conductual.

En la construcción del lenguaje intervienen dos factores: uno neurobiológico y otro ambiental. El primero se relaciona con la presencia de un grupo de neuronas especializadas en el aprendizaje del lenguaje, y el segundo, con el estímulo ambiental. Para aprender a hablar el niño necesita que le hablen y la estimulación interpersonal es irremplazable.

En el desarrollo típico, el aprendizaje del lenguaje ocurre de manera incidental, sin hacer esfuerzo consciente. Los padres suelen hablar a sus hijos desde el mismo momento en el que nacen sin esperar respuesta verbal alguna. Ese estímulo continuo, asociado a las situaciones cotidianas, permite al niño conocer el entorno inmediato y las palabras que lo describen.

En la secuencia de adquisición normal del lenguaje, el niño debe estar comunicado con el entorno antes de aprender a hablar. Al año, se comunica con señalamientos y miradas; alrededor de los 18 meses, aparecen las primeras palabras; a los 2 años, la media de los niños cuenta con un repertorio de 50 palabras y comienzan a hacer frases de dos palabras (“papá auto”). A los 3 años, puede armar frases simples con conectores (“Mamá quiero tomar agua”), para llegar a los 5 con el lenguaje básico completamente adquirido, con unas cinco mil o seis mil palabras. Pero, ¿qué ocurre cuando el aprendizaje del lenguaje se ve lentificado o alterado?

En las dificultades lingüísticas se describen dos tipos de cuadro: los retrasos del lenguaje y los trastornos del lenguaje. El primero, es transitorio y se caracteriza por la demora en la adquisición de hitos lingüísticos, siguiendo los pasos de la evolución normal. En cambio, el trastorno del lenguaje se caracteriza por la demora y la persistencia de las dificultades en etapas posteriores.

Según el especialista en psicología del lenguaje infantil Gerardo Aguado, el 20% de la población infantil entre los 2 y los 3 años puede tener retrasos en el lenguaje. Llegando a los 3 ese número baja a menos de la mitad, aumentando así la probabilidad de que esos niños, mayores de esa edad, tengan trastorno específico del lenguaje, cuya incidencia es del 7% en la población infantil.

En ambos casos, se recomienda la intervención de un profesional fonoaudiólogo con orientación neurolingüística. La detección y la intervención precoz es muy importante para disminuir los efectos negativos de las alteraciones lingüísticas y sus posibles consecuencias sobre la conducta, la socialización y el aprendizaje.

Adicionalmente, los padres tienen la gran oportunidad de seguir una serie de recomendaciones para estimular a sus hijos como, por ejemplo, no permitir el uso de teléfonos o tablets a niños menores de 2 años (recomendación de la Organización Mundial de la Salud), y en niños de entre 2 y 5 años, limitar el uso de estos dispositivos a 1 hora, 1 vez por semana.

Es importante que le hablen al niño mirándolo a la cara y poniéndose a su altura, hacerlo lentamente, acentuando, especialmente, las palabras más importantes. Utilizar frases cortas, y usar gestos y señalamientos acompañando las palabras; estos colaboran a mejorar la comprensión y la evocación. Leer libros de cuentos simples con imágenes, en donde el niño pueda interactuar señalando y nombrando palabras.

Asimismo, entablar pequeños diálogos en donde el niño deba responder por sí o por no, o con preguntas de alternativas —si es que aún no cuenta con demasiadas palabras— resulta sustancial. En lugar de preguntar, “¿Qué hiciste hoy en el jardín?”, lo cual requiere contar con mucho lenguaje, sería recomendable preguntar, “¿Jugaste en la casita?, para que la respuesta sea “sí” o “no”; y “¿Jugaste con los bloques o con la casita?”, para que la respuesta sea una de las dos.

También, brindar contenidos funcionales, es decir, facilitar el uso de palabras que sirvan para comunicarse; evitar la enseñanza repetitiva de números y colores cuando el niño aún no conoce palabras simples para comunicarse; narrarle brevemente a su hijo las rutinas anticipando lo que va a ocurrir próximamente, como: “Ahora vamos a comer, después vamos a dormir”.

Finalmente, cuando el niño produce de manera defectuosa una palabra o una frase, el adulto deberá repetirla de manera correcta, lentamente, pero no obligarlo a que él lo haga.

Bien lo destacamos al principio, la estimulación interpersonal es irremplazable.

La autora es directora de la Diplomatura en Trastornos del Lenguaje Infantil desde una perspectiva Neurolingüística, Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.

Fuente: Infobae

Categorías: Noticias

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