El trigo viene con un pan abajo del brazo. Es lo que aseguraron el miércoles los principales actores de la cadena, en el lanzamiento de la campaña 2019/20 por parte de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Allí, los expertos vaticinaron que se sembrarán 6,4 millones de hectáreas. Son 200.000 más que la última campaña, lo que significa un aumento del 3%.

Pero aparte de este incremento del área, se mantendrá el proceso de intensificación tecnológica, generando la posibilidad de mayores rindes. Y dado que se espera un clima favorable para el cultivo, esto determinaría un rendimiento récord de casi 33 quintales por hectárea. La combinación de los dos factores lleva a un volumen de producción estimado en 20,6 millones de toneladas, 8,4% por encima de la última cosecha, que había sido la mayor de la historia.

Es muy buena esta tendencia. La liberación del yugo de las retenciones y las restricciones a la exportación a fines del 2015 desató un nuevo interés por el cultivo de los cereales como el maíz y el trigo, condenados en la era K en nombre de “la mesa de los argentinos”. Al liberarse el cepo cambiario y unificarse el tipo de cambio, y plena apertura al comercio exterior, cambió la relación insumo/producto.

En el caso del trigo se abarataron los fertilizantes y los tratamientos de control de enfermedades, con lo que se destrabaron dos factores fundamentales. En la era de inanición, no solo bajaba el techo de los rindes, sino también el umbral de calidad, que quedaba en muchos casos por debajo de los requerimientos de la demanda.

La vuelta a la fertilización se notó el año pasado, cuando se consumieron más de 4 millones de toneladas de abonos. Y el reflejo fue no solo un mayor rendimiento, sino un aumento del contenido de proteína y calidad del gluten en prácticamente todo el mapa triguero.

Estos 33 quintales por hectárea son un excelente rendimiento si lo consideramos en comparación con otros grandes productores de trigo, como Estados Unidos, Canadá y Australia. Sin embargo, estamos lejos de los rindes europeos, que prácticamente lo duplican. La buena noticia es que en la Argentina se está experimentando un ritmo de incremento superior al de los demás competidores. Lo tienen bien claro en particular los australianos, que vienen de presentar un estudio muy profundo en el que muestran el tremendo potencial agrícola de estas pampas y sus chacareros En maíz, lo dijimos en editoriales anteriores, triplicamos los rindes y la producción en 20 años.

En trigo la cosa fue más trabada, pero pareciera que cortamos amarras. La llegada de la genética francesa, con los Baguette a la cabeza hace 20 años, significó una ruptura paradigmática. En los últimos años hubo una consolidación de esta genética, con los materiales provistos por Florimond Desprez. Esta compañía inició operaciones propias hace unos meses, pero mientras tanto ofreció sus materiales a compañías locales, que lograron fuerte posicionamiento. Y se asoció con Bioceres para el desarrollo del ahora famoso HB4, el evento de tolerancia a la sequía que espera su aprobación.

Otro semillero francés, Limagrain, adquirió hace pocos meses a la local Sursem. La empresa de Clermont Ferrand está en toda la cadena del trigo, desde la semilla hasta el pan de molde, pasando por sus propios molinos harineros.

Cuando arrancaban los trigos franceses, hubo mucha oposición. No se cuestionaban los rindes, altísimos, pero se planteaban problemas de calidad, de necesidad de tratamientos de control de enfermedades. Pero fueron “colonizando” la mente de los productores. Y aparecieron los rindes europeos. Subimos el techo, y esto seguirá.

El trigo del 2020 llegará con un pan abajo del brazo. Lo necesitamos.

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